Cuando nacen los hijos, y la mirada y sostén se vuelcan hacia ellos, se hace muy evidente que tan poco podemos sostenernos a nosotros mismos.
Cuanto nos sostenía. Cuanto nos llenaba. Cuanta de nuestra felicidad estaba puesta en ella.
Porque los hijos llegan y rompen dinámicas afianzadas. Destruyen contratos neuróticos. Alianzas que hicimos para mantener intactos nuestros personajes.
Si podemos darnos cuenta, podemos dejar morir estas maneras y ser pareja desde lugares nuevos.
O tal vez descubrir que nunca lo fuimos y emprender caminos separados.
Hace falta crecer en conciencia. Permitirnos soltar todas esas ideas acerca de lo que debería ser y aceptar lo que es. Hacernos cargo de nosotros mismos.
Y esto es contracultural.
Porque hemos aprendido que nuestra pareja “debería” hacer un montón de cosas y nosotras “deberíamos” hacer otro montón más. Es lo normal. Es lo esperado. Hay millones de consejos para no "descuidar a la pareja" cuando llegan los niños.
Rápidamente queremos volver a lo de antes. A tener los mismos espacios de pareja. A tener el mismo cuerpo. A tener la misma vida sexual. A estar de la misma manera para el otro. Para que no se sienta abandonado. A volvernos a “armar” rápidamente. Para que el otro no nos abandone.
O también optamos por mirar al otro lado. Y nos volcamos en los hijos convirtiéndolos en nuestra pareja. O los ponemos en el medio para no ver de frente lo que sucede. O los usamos como excusa para evitar que nos dejen.
Cualquier cosa, menos habitar ese vacío que llenamos con relaciones.
Con el nacimiento de las niñas han venido estas tormentas. Han venido los gritos, peleas y reclamos. Las soledades. Los celos. Las envidias. Las adultas pataletas. Han surgido los mas profundos temores. Las incapacidades. Las exigencias. Las expectativas frustradas.
Porque el otro no es el esposo que debería. Porque el otro no es el papá que debería. Porque yo ya no soy quien era.
Llegan las niñas a ocupar mucho espacio. Casi todo el espacio.
Él y yo dejamos de ser protagonistas.
Ya no tenemos como ser “la esposa” y “el esposo”.
Esos siempre disponibles para apoyarse, acompañarse, divertirse, rescatarse. Para comprenderse con dulzura, escucharse con paciencia, llenar nuestros mutuos vacíos.
Todo esto se hace evidente.
Entonces es momento de preguntarnos si ese amor que tenemos el uno por el otro, es un amor del ego. Un te amo mientras seas lo que necesito. Mientras me des lo que siempre me has dado. Mientras atiendas mis vacíos. Mientras seas ese del que me enamoré.
Porque con los hijos caen muchas capas. Salen muchas sombras.
No es que los hijos traigan problemas.
Es que evidencian lo que siempre ha estado.
Nos ponen en contacto con nuestras profundidades.
Y no se puede pegar con babas lo que esta profundamente roto.
De dejar de responsabilizar al universo por mis infortunios.
Dejar de alimentarme de su luz y encontrar la mía propia.
Que son espejo el uno del otro para acompañarse a evolucionar.
Sosteniendo y atendiendo a nuestras hijas, que son quienes realmente lo necesitan.
Ser pareja encontrando el amor de cada uno e invocándolo en el otro.
Siendo testigos uno del otro.
Transformando ideales caducos y creando algo nuevo.
Entregándome al vacío del apropiarme de mi.
Reconociendo mi apego a lo conocido.
Soltando a Nicolás.
Aceptándolo en todos sus estados.
Con todo lo que es. Me guste o no. Me sirva o no.
Renunciando a hacerlo encajar en mi idea de lo que es un esposo. De lo que es un padre.
Comprendiendo que sola, estoy completa y que nuestro encuentro es una elección que renovamos cada día. Nuestra relación se trasforma al ritmo de la vida.
Estamos juntos no por promesas antiguas. No por compromisos impuestos. Estamos juntos porque hoy encontramos en esta unión un espacio nutricio y amoroso en el que queremos hacer familia.
En el que queremos crear, crecer y hacer vida.
Siendo pareja con hijos me he encontrado a mi misma como nunca antes.
Siendo pareja con hijos he aprendido a estar sola.
Siendo pareja con hijos me he permitido vivir un amor que nada tiene que ver con el amor romántico.
Nicolás,
Te amo todo.