La batalla con la comida ocupa tanto espacio que ni cuenta nos damos. Se disfraza de nobles intenciones. La.salud y el fitness, la espiritualidad, la compasión por la vida, la purificación, la ascensión.
Es una batalla, porque no es una relación amorosa. Es unilateral, restrictiva, compulsiva, agobiante, obsesiva, controladora, dominante, y tanto otro , como nuestra propia relación con nuestro cuerpo.
Cómo tantas cosas, aquello que he logrado distraer en mi, con mis hijas sehace evidente de tal manera que me es imposible darle la espalda.
Mi amor por ellas es más grande que mi amor por mi, y en esa práctica permanente de amor por ellas, puedo finalmente amarme. Mi corazon se abre radicalmente y todos aquellos lugares olvidados son alcanzados, aunque duela. Pero en su presencia, el dolor no es obstáculo, y no me queda más opción.
Frente a ellas no hay ninguna otra posibilidad.
Así que MI batalla con SU comida me está abriendo puertas.
A mis manos llegó por estos días un libro maravilloso de
Camila Serna. Estaba a la espera de ser leído, y el fin de las vacaciones me impulso a hacerlo.
Porque en las vacaciones está batalla es contundente. Cuando el calor nos quita la ropa, y el tiempo libre deja a la ansiedad hacer de las suyas.
Así que leí, y en esa lectura se abrió una posibilidad frente a la batalla.
Una conversación. Un espacio para esa relación tormentosa con el enemigo del bienestar.
-¿Que sientes cuando comes dulce?
Le pregunté.
- Es una fiesta en mi boca. Cuando el dulce toca la lengua hay una explosión. Una fiesta. Es como si bailarán, luego el dulce pasa por la garganta y se siente deli. Cuando llega a la barriga siento muchos colores.
Nunca me imaginé esa respuesta. El exceso de dulce es quizá su búsqueda de esa experiencia que tanto le es negada en una cotidianidad pesada de la que yo mismo me veo refunfuñando tanto.
No lo sé con exactitud. No hace falta saberlo. Pero sin duda esa conversación me llevo a tantas restricciones en mi historia.
A esta búsqueda tan mía de libertad y gozo, que por supuesto no tienen que ver con una caja de chocolates, pero que ante ciertos escenarios no queda de otra.
Más fácil es en todo caso acudir al chocolate que hacer una inmersión por los dolores de esa mujer salvaje encerrada entre los barrotes de la civilización.
La batalla no termina dando acceso ilimitado al cajón de golosinas.
Esto es un diálogo que apenas empieza.