Por Ana María Constaín
La semana pasada estuve escribiendo sobre
el autoestima, y lo que podemos como padres y madres hacer para que nuestros hijos se
sientan seguros, amados y tengan confianza en sí mismos. Elocuentemente describí todas las maneras en
las que podemos favorecer que los niños se sientan amados y puedan reconocer su
valor esencial. Hablé sobre como acompañarlos en sus errores, amarlos en sus
fracasos e imperfecciones.
Y esa misma semana, un día después de mi
despliegue literario, me equivoqué
Olvidamos que no podíamos sacar el carro,
y nos encontramos entonces, sin una clara manera de transportarnos, muy cerca en
tiempo y lejos en distancia, de la primera muestra de guitarra de Eloísa. Una
muestra más importante en símbolo que cualquier cosa.
Se vino la avalancha de autocrítica. Una
avalancha fuerte y poderosa. Arrasadora. Contundente.
¿Cómo soy tan bruta? ,¿cómo puede
olvidarse algo tan obvio? , ¿Como se nos hizo tan tarde? , ¡Le fallé! , ¡No
vamos a llegar! He aquí un gran trauma de su vida.
No había espacio para nada más.
Todos las alertas se activaron para
recibir semejante amenaza de destrucción.
El ambiente tenso y pesado se fue espesando, nublando cualquier
posibilidad de claridad mental. Allí estábamos todos, ansiosos y angustiados,
impacientes y afanados, emprendiendo una carrera que sabíamos ya perdida.
Yo, esperando el milagro de que el tráfico
Bogotano nos abriera su paso, para que Eloísa pudiera llegar al escenario.
¿Ya vamos a llegar?, ¡Estamos muy
lejos! - decía ella nerviosa, llorando
por su frustrado evento. Por lo que por supuesto me sentía peor.
Al menos eso creía yo.
¡No te preocupes! Vamos a solucionarlo.
Intentaba consolarla, mientras Nicolás me consolaba a mí, y buscábamos en medio de la imposible
situación, soluciones.
De pronto algo pasó. No sé muy bien qué,
pero todo empezó a moverse en cámara lenta y me vi.
Todo eso que había escrito apareció en mi
mente como un regalo a mi misma y me di cuenta de lo poco amorosa que estaba
siendo conmigo. En ese momento y siempre. Lo poco que me permito
equivocarme. Las frases hirientes que me repito. La tensión y angustia a las
que me someto. Como si de alguna manera tratarme así compensara el error, o
disminuyera la culpa, porque si me siento suficientemente mal me señalarán
menos y recibiré el castigo que merezco.
Algo así como, - mi mamá no alcanzó a
llevarme, pero al menos se siente muy mal-.
Si me siento mal, le muestro ( y me muestro) que me
importa.
¿Es eso lo que quiero enseñarle? ¿a
demostrar amor lastimándose a si misma?
Internamente algo cambió. Tal vez me abrí al amor.
El espesor empezó a alivianarse, empezamos a
cantar y vinieron frases más amables.
-¡Ya llegaremos y veremos que solución
encontramos!, Los abuelos ya nos están esperando y yo tengo muchas ganas de
oírte tocar.
Creo que las frases fueron lo de menos.
La que estaba cargando de gravedad la situación era yo. Las lágrimas de
Eloísa no eran mas que producto de un ambiente que yo estaba generando. Ella al
final quería estar con nosotros y tocar su guitarra. Lo demás poco le
importaba.
- - Eloísa, me equivoqué. Eso a
veces me pasa. Estoy haciendo lo mejor para solucionar mi error. Lo siento.
Todas las excusas, las criticas a la
ciudad, las justificaciones que nacen de la angustia por aceptar el error, todo
se esfumó.
Quedó el momento presente. La aceptación.
La honestidad, El reconocimiento.
El amor incondicional que tanto profeso.
Que se irradia y se
contagia.
¿Puedo acaso enseñarles a mis hijas a
amarse cuando ven en mi tanto maltrato hacia mi misma?
¿Pueden ellas permitirse el error cuando
ven la manera en que me castigo?
¿O estar centradas en el presente cuando
yo traigo constantemente la angustia del futuro?
¿Y acaso no merezco yo todo el amor que
pretendo darles a ellas?
Llegamos,.. tarde… Y Eloísa llegó
tranquila, segura, se presentó con otro grupo como si nada estuviera pasando.
Y yo aprendí algo muy grande:
El amor propio.