martes, 18 de diciembre de 2012

¿Depresión postparto?


Por Ana María Constaín


El primer año de Eloísa fue muy difícil. Especialmente los primeros 3 meses. Probablemente si hubiera consultado a un profesional habría sido diagnosticada con depresión postparto. Habría sido medicada. El parto fue mucho de lo que no quise. En lugar de un parto en casa, cálido y amoroso, tuvimos una cesárea. Después de una batalla de 20 días renuncie a amamantar. Recuerdo días oscuros, dolorosos, de lágrimas y desesperación. Muy contrarios a la imagen gozosa de madre y bebé abrazados en un vínculo amoroso que inunda el ser.
Sabía que tenía que atenderla, estar presente. Y quería, pero una parte de mi no lo deseaba tanto, como se supone que pasa naturalmente. La verdad es que por momentos quería que desapareciera, para poder abandonarme en sueños y escapar de todas esas sensaciones que me inundaban. De mi cuerpo adolorido, y tan ajeno a mi. De mi cabeza llena de ideas, temores, información inútil. Escapar de un dolor desgarrador, de una soledad que me invadía, de un cansancio que me superaba.
Luchaba por abrazarla, sostenerla todo lo que ella necesitaba, darle un tetero con un mínimo de presencia. Resistiéndome a mis deseos muy profundos y ocultos de entregarla a alguien más que se hiciera cargo. Una enfermera, un familiar, alguien que me devolviera mis horas de sueño.

Sí, seguramente habría sido diagnosticada con depresión postparto. Y tal vez por eso nunca me atreví ni siquiera a preguntarlo.

Porque bien sabia que esa depresión no era mas que un despertar de una parte de mi que había estado enterrada. Dormida, oculta. Una parte de la que quería hacerme cargo.
Por eso permanecí. Al lado de Eloísa. A veces llorando o incluso gritando, cuando se despertaba cada hora. Enloqueciendo con su necesidad de tenerme siempre presente. Pero permanecí, a su lado.
Estuve ahí, a veces amorosa, a veces impaciente... Estuve. Mirándome, mirándola, contándole de mi. Amándola.
La alejé de mi prematuramente en la noche, para luego darme cuenta de que lo que necesitaba era estar conmigo. Mientras tanto pasé muchas noches oscuras resistiéndome la tentación de aplicar cuánto método me enseñaban para tener mas tiempo para mi, y que ella, a las malas “aprendiera” a no necesitarme.
Ahí estuve. Construyendo un vínculo que no pudo surgir naturalmente. Un vínculo obstaculizado por instrumental médico, protocolos y también por mi propia historia. Por mi sombra.
He pasado tiempo intentado entender, culpándome, culpando a sistema.
Hoy sé que fue lo que tuvo que ser. Eloísa me ayudo a despertar. A descongelarme. A sentir el dolor de un cuerpo que andaba por su propia cuenta.
No pudo ser de otra manera a pesar de mi voluntad, de mis deseos. Y con esto Eloísa me ayudó a abrir una nueva ventana de consciencia. A darle un giro a mi historia.

Esta cesárea, está separación de las dos en el nacimiento, esta imposibilidad para amamantar, me hicieron mirarme de cerca. Bajarme de mi cabeza. Sentirme. Descubrir una sexualidad reprimida, mi cuerpo disociado, olvidado, rechazado, sometido. Un cuerpo que carga con mi historia, la de mi familia, la de mi cultura. Que encarna lo que las mujeres creemos haber conquistado. Lo que la sociedad ha castrado.

Todo esto parece dramático, y no dejo de impresionarme con la manera en como estamos todos tan anestesiados ante los nacimientos y los vínculos primarios. Todo nos parece normal.
De alguna manera pertenezco a este raro círculo de mujeres que analizan demasiado las cosas, que le dan demasiada trascendencia a la vida y a las situaciones por las que "todas pasan" y que al final no son tan importantes.
-Mira, “yo nací así y mira lo bien que me fue” me decían para calmar mi dolor.
Tantas veces oí que si fue tan difícil seguro fue que porque le dí muchas vueltas, lo hablé mucho, le dí demasiada importancia. Lo dramaticé en exceso.
Menos mal.
Porque para mi, es un tema muy trascendental. Un tema que cada vez aligeramos mas. Racionalizamos. Justificamos.

Pero el nacimiento no tiene nada de light. Ni lo son tantas cosas de las que privamos a nuestros bebés en su primer año.
Años después nos estamos preguntando porque tanta violencia, porque tantas adicciones y enfermedades. Llevamos a nuestro hijos a miles de especialistas. Este si que “nació enfermo", " es que tiene un carácter, eso viene del abuelo paterno”, “no sé porque resultó tan mentirosa y manipuladora”

Somos incapaces de mirar de frente la distancia emocional y corporal con la que los recibimos. Las primeras experiencias de vida que les proporcionamos, el mundo que les mostramos cuando aun no tenían palabras. Las tantas, tantísimas veces que no los vimos. Los mensajes que les transmitimos aún sin darnos cuenta.

Estamos tan desconectados de nosotros mismos que nos hemos vestido de indiferencia, normalizando la violencia que ejercemos en los partos, en la crianza de nuestros bebés. No lo vemos. No lo sentimos. Nos acomodamos en un discurso racional y muy moderno. Nos parece lógico.

Agradezco ese primer año. Esa experiencia que me sacudió.
Agradezco la luz que no me permitió escapar, medicarme, entregar a Eloísa a manos de otros, usando razones perfectamente comprensibles.
Agradezco no haberme acomodado en una depresión postparto. Haber podido sentir ese dolor, esa locura, ese cansancio, esas ganas de que ella deapareciera. De retroceder el tiempo, de renunciar a la maternidad.
Agradezco esa herida en mi vientre, esos pezones agrietados y sangrantes. Esa soledad profunda, esas lágrimas interminables.
Esos gritos de Eloísa, que retumbaban en mi corazón, impidiéndome quedarme dormida. Esa fuerza que trajo que me invitaba a la vida. Que me imposibilitaba ocultarme plácidamente en mis sueños. Esa vitalidad que me obligaba a permanecer alerta, atenta. A habitarme y estar en mi constantemente. Mirándola. Conectándome con ella.
Agradezco su bronquiolitis, esas noches en cuidados intensivos que me mostraron como era aferrarse a la vida. Como era sonreírle al dolor.
Todo esto que me hizo madre, tantas lagrimas que limpiaron y dejaron a la intemperie el amor mas grande.

No, no tuve depresión postparto. Tuve un despertar de consciencia.

lunes, 3 de diciembre de 2012

La embarazada, la loca


Por Ana María Constaín



Me siento desbordada, poseída por un personaje, que surge desde mis entrañas, y que detesto. Con el que lucho. (y no deja de vencerme!)
Un personaje que se filtra por las ranuras, aprovechándose de mi vulnerabilidad, de mi incapacidad de tener el control

Soy la embarazada, la loca

Demandante, exigente, temerosa, la niña necesitada.
Intentando llenar vacíos infantiles con chocolate,
Soy esta mujer celosa, irracional, posesiva
Gobernada por fantasías catastróficas, pensamientos obsesivos,
Con las lágrimas brotando sin permiso constantemente
Tratando de poner en palabras lo indescriptible

Soy la embarazada, la loca

La constantemente cansada
abrumada por un océano de sensaciones desconocidas
habitada por una pequeña con su energía tan propia y tan extraña
que me pide casa, nido, calma
y que mientras se abre lentamente su camino a este mundo
se apropia de mi con tremendo descaro
desordenando cuerpo, mente, emociones y alma.

Soy la que lucha por no ser esto que estoy siendo
Presa del pánico del abandono
Evitando ser la incorrecta

Y aún así sigo siendo la embarazada, la loca

La que quiere, cosiendo,  abandonar sus pensamientos
Y así adentrarse en este mundo bizarro
en el que dos seres cohabitan un mismo espacio
dos almas comparten mundo
y se borran los limites de la existencia

Soy la embarazada, la loca

A la que el mundo se le transforma
A pesar de sus resistencias