-Por Ana María Constaín
No me gustan los castigos. Ni sobornar a los niños con
premios. Estoy en desacuerdo con el conductismo tipo Nanny S.O.S.
Al menos hasta que fui mamá.
A medida que Eloísa crece, es más frecuente que salgan de mi
boca estas frases que tenía catalogadas como prohibidas. - “Si no comes no hay
postre”, “Si te sigues portando mal, no te presto el Ipad”, “si no te empijamas
ya, te quedas sin cuento”, “Así como estás de grosera crees que te mereces ir
al parque?”
Me desconozco. Es todo lo que no esperaba decir a la hora de
criar a mis hijos.
Soy mucho más de la idea de que aprendan las consecuencias
naturales. Que se sientan aceptados y amados incondicionalmente. Que hagan las
cosas por motivación propia e interna.
Pero a mi teoría le hacían falta unos cuantos factores. Principalmente el agotamiento que implica
estar con los hijos día y noche, olvidando en gran parte cualquier tipo de
pasatiempos y actividad adulta.
Además de que ellos no tienen que asumir solos esas
consecuencias de sus actos. Ahí va toda la familia en el paquete.
-¿Se atascó de chocolates? – Viene una noche de desvelo.
-¿No se quiere poner los zapatos? – Esperen todos con maleta
al hombro y bebé colgado a que este lista.
-¿No quiere ir al baño antes de salir? – Busque baño en la
mitad de un trancón, si no es que el episodio acaba con pantalones y silla del
carro mojados.
Tampoco estaba en mis cálculos el deseo natural de los niños
por contradecir a sus papás. O pedir, pedir, pedir y pedir sin límite alguno. –“Es
que no estás contento con nada!” ... Las frases parecen vivas. Salen de mi boca
sin pedir permiso alguno.
No tenía en cuenta que las patadas, gritos y golpes vienen
en los momentos de mayor saturación. Ni las negociaciones interminables por
cada pequeño detalle del día. Pareciera que “yo quiero” es suficiente razón
para cualquier disparatado pedido.
Ahora que nació Matilde, la cosa se complicó aún más. Porque
no hay manera humanamente posible para cubrir las necesidades de ambas al mismo
tiempo. La exploración de Eloísa y su libre expresión son completamente
incompatibles con el ambiente tranquilo que aclama Matilde. La independencia y autonomía que la
caracterizaban, brillan por su ausencia, y ahora no hay manera de separarla de mi
ni para hacer sus cosas favoritas. Mi espectro de atención simplemente no
alcanza para las demandas de ambas.
A veces me veo tentada a callar pataletas con dulces y
televisión. Porque además los niños (o al menos Eloísa) tienen esta gran
capacidad para hacer lo que más irrita a
sus padres. Ella tiene una habilidad innata de encontrar todos y cada uno de
mis puntos débiles.
Llevo mucho tiempo esforzándome más allá de mis límites. Por
supuesto, sintiéndome culpable por el trauma que estoy causándoles
constantemente. Por mi incapacidad para atender sus necesidades para su sano
desarrollo. Por imponer mi autoridad, sin escucharlas. Por decir NO casi tantas
veces como respiro. Por no
comprenderlas. Preguntándome qué es lo que hago mal. Porque unas niñas amadas y
con sus necesidades satisfechas deberían ser más tranquilas. Menos demandantes.
Más “fáciles”.
- Cuánto juicio en mi cabeza, cuántas exigentes expectativas.
He aprendido a sentir esa culpa y dejarla ir. Mirar todas
esas etiquetas con las que califico y dejarlas ir. Observando con más
conciencia, con más compasión y aceptación, me he dado cuenta de que si bien en
el fondo sigo pensando lo mismo, también he integrado todas esas variables a
una teoría que dejó de serlo para convertirse en experiencias vivas.
Así que en casa, aprendemos a convivir, creando un espacio
para las necesidades de todos. En donde los adultos somos adultos y los niños,
niños, y todos tenemos un lugar. Para Ser. Para expresar lo que sentimos, por
inadecuado que parezca. Hacer lo que nos gusta, respetando a los otros.
Cuidando, reparando. Poniendo límites que van danzando con el flujo de la vida.
Aprendiendo de los diferentes ritmos y permitiéndonos las equivocaciones.
Frustrándonos. Retirándonos cuando
empezamos a lastimar. Abrazando cuando podemos consolar. Aprendiendo a esperar
y compartir. Creando nuevas maneras constantemente. Siendo firmes cuando así lo
sintamos. Permitiendo la diferencia, los encuentros y desencuentros. Amándonos
incondicionalmente.
Todos.
Siendo familia.
Sigo en mi camino de desapegarme de los debería. Confiando
en mi capacidad de amar y desde ahí nutrir, contener y acompañar independientemente
de si estoy siguiendo o no las pautas ideales.
Haciéndome la vida más fácil y más gozosa.