Por Ana María Constaín
Los bebés no hablan. Al menos no
con palabras. Y tardan más de dos años en poder empezar a expresar con algo de claridad
lo que necesitan y lo que les pasa. De hecho esta capacidad muchas veces no la
tenemos los adultos. Porque una cosa es hablar y otra muy distinta poder poner
en palabras lo que hay en nuestro mundo interno. En mi trabajo lo tengo
bastante claro. Lo que dicen los niños, lo que cuentan los adultos, es lo menos
importante. Las palabras no alcanzan.
Los bebés no hablan. Muchas veces
los adultos enloquecemos. ¿qué es lo que le pasa? Si tan solo pudiera
decírmelo. Pero los padres de adolescentes bien saben que la capacidad de habla
poco sirve si se trata de entender.
Me parece que las palabras (o la
ausencia de ellas) no son el fondo de este asunto.
El mundo de lo no verbal es
inmenso. Nos expresamos todo el tiempo. De muchas maneras. Incluso al
callar. Entonces es verdad: Los bebés no
hablan, pero esto no significa que no comuniquen nada. Lo que pasa es que para poder
entenderlos necesitamos otra escucha. Una escucha que además nos incluye a
nosotros mismos.
Y no estoy hablando de enseñar a
nuestros bebés a hablar con señales o algún otro tipo de lenguaje pictográfico.
Métodos qué se están propagando con amplitud. Por esta, nuestra necesidad de entender o hasta me atrevería a decir, por
nuestra angustia de no saber como apagar este llanto capaz de penetrar hasta
los más recónditos lugares de nuestro ser.
Lo que pasa es que este llanto
inconsolable es solo el principio. Vienen las pataletas irracionales, los
golpes contra la pared, los mordiscos, las mordidas de uñas, las mojadas de la
cama, las malas notas, la resistencia a comer, la hiperactividad, la pasividad…
la lista es larga… Si tan solo dijera que es lo que tiene…