Gracias a Espacio Dzogchen Colombia y a Keith Dowman.
Sentada sobre aquel cojín de meditación que
había abandonado por completo, me encontré de nuevo habitando el silencio.
Ahí, frente a los ojos azules profundos y
brillantes de Keith Dowman, que con su intensa voz rompía de vez en vez ese
silencio suavemente, llenando el espacio con palabras que hacían resonancia con
lo que siempre he sabido y que olvido con tanta frecuencia simplemente por ser
humana.
Ya estamos todos iluminados, - decía él
con una certeza imponente. No hay un
camino que andar, una meta que cumplir. Todo es perfecto tal y como es.
No hay que hacer nada.
Nada.
Ni siquiera un esfuerzo por entender sus
palabras, meditar correctamente o ser esa iluminación que ya somos
Sentada, luchando con la rigidez de mi
espalda y la invasión de mis pensamientos, me sentí tan aliviada como
angustiada.
Porque si, suena bien esto de no hacer
nada. En un mundo de las carreras, los logros, los compromisos y la excelencia.
Solo oírlo me generó un descanso indescriptible. Poder parar. Dejar de planear.
Poner pausa a esta incansable búsqueda de soluciones para arreglar todo lo que
no es como debería.
Pero,
¿Como se hace nada? ¿cómo se acepta todo
lo que hay?
Ahí entró la angustia. Esa que justamente
evito haciendo muchas cosas. Ese vacío insoportable del que huyo a toda costa,
siguiendo espejismos de felicidad que se desvanecen cuando me acerco lo
suficiente. Pero al menos en ese hacer compulsivo puedo seguir la interminable
búsqueda que me evita tener que estar en la Nada.
Permanecí. En esos minutos eternos en el
que el silencio que tanto deseo en mi vida diaria se volvió un infierno. Fantasee con el receso, con la siguiente
comida, con la siguiente oportunidad de salir de ese encierro. El encierro en
mi misma.
Permaneciendo en ese instante eterno del
aquí y ahora, dejando estar lo que estaba, respirando, atajando los
pensamientos justo en su nacimiento, sintiendo su electricidad. Encontrándome
con el oleaje de las emociones, atravesando el dolor. Solamente dando espacio.
Haciendo nada
Viendo mi dificultad de no hacer nada.
Constantemente en la búsqueda de una mejor experiencia y en el juicio de lo que
aparece.
Siendo y no siendo la iluminación
Al final, entre danzas y tambores, me
impregné de ese saber, que a veces solo se queda en palabras. Me supe el todo y
respiré el placer y gozo de la vida, liberando años de autoexigencia por seguir
el camino correcto. Décadas de virtuosidad y esfuerzo, siglos de renuncia y
represión.
Integrando todo en el mándala de la
existencia y eligiendo la disciplina de permanecer en el centro, ese aquí y
ahora del todo y la Nada, o al menos saber que es una posibilidad cuando me
alejo.
Esta semana vino la elaboración mental de
todo esto por supuesto. ¡El hábito tiene fuerza!
La integración de la experiencia a este
mi día a día. A estas 24 horas de aquí y
ahora, inmersa en la inercia del olvido.
No hay que hacer nada.
Qué grande es esto en mi relación y
trabajo con los niños.
Qué liberador para mis hijas cuando puedo
estar en este lugar.
Qué sanador para los niños que llegan a
mi consulta.
Estar en el perfecto aquí y ahora. Aceptando todo lo que son y lo que hay. Dejando de hacer para dar espacio al ser.
Estar en el perfecto aquí y ahora. Aceptando todo lo que son y lo que hay. Dejando de hacer para dar espacio al ser.
No hablo de las acciones cotidianas por
supuesto. En donde hay tanto que hacemos porque al final estamos aquí para
experimentar el mundo y sus formas.
Me refiero a esas tantas veces que
queremos corregirlos, cambiarlos, mejorarlos, enseñarles, para que sean tal o
cual y que lleguen lejos. Que sean buenas personas.
Que sean felices y nunca sufran.
Tantas veces que no damos espacio a la
rabia, la tristeza, el dolor, el error, la conducta inadecuada, la enfermedad, al niño malo.
No vemos al niño, vemos su versión futura
distorsionada por nuestros miedos y fantasías catastróficas. ¿Qué va a ser de
el si esto sigue así?, Esto ahora es manejable, Pero, ¿cuándo crezca?; por este
camino no va a entrar a un buen colegio, ni lo aceptarán en la universidad, ¿de
qué va a vivir?; ¿Y si no se casa?; ¿Y si se vuelve adicto, promiscuo?; ¿Y si
tiene una enfermedad mental grave?; ¿Y si es el bully de la clase?; ¿o se
suicida?
No vemos al niño, nos quedamos presos en
la culpa de lo que hicimos o no hicimos para que todo esté así de mal.
Proyectamos en ellos todo lo que no vemos
de nosotros. Los usamos de excusa para no hacer frente a nuestra propia existencia.
Lo hago por su bien; es que así yo lo amo, pero los demás no van a hacerlo,
tienen que cambiar; tiene que adaptarse, así es el mundo;
Queremos que sean felices. Buenas
personas. Que se ajusten a nuestras expectativas muchas veces disfrazadas de
buenas intenciones.
Pero no vemos al niño presente. Vemos si
acaso sus conductas. La expresión de sus emociones desbordadas. Sus síntomas
físicos. Todos manifestaciones de su Ser. De ese centro iluminado, perfecto,
que no tiene que ir a ningún lado.
Ese Ser que tiene que
Hacer nada
Nosotros tampoco. Esa es la magia.
Estar. Permanecer con todo lo que viene.
Una rabieta no es más que una rabieta. No
es el aviso de una sociopatía, ni es el producto de una mala crianza. Es una
rabieta. Qué así como nace se extingue.
Una enfermedad, es una enfermedad.
Un niño inquieto es un niño inquieto
El miedo, es solo miedo
La palabras groseras no son más que
palabras groseras
Todo está hecho de lo mismo,
El abrazo, la patada, las lágrimas, los
gritos, la risa, la paz, la envidia, el deseo, el cariño.
Todas manifestaciones que pasan rápido si
no les ponemos resistencia. Si soltamos el apego. Con la certeza que eso que somos en el centro
es eterno. Es nuestro refugio. Siempre disponible. Lo demás solo pasa.
Esto es difícil en el día a día. Con las
exigencias del entorno y las propias.
Nuestros ruidos mentales, nuestras emociones desbordadas. Se necesita
disciplina, que no es lo mismo que esfuerzo.
Es una elección minuto a minuto por estar
en el aquí y ahora.
No hacer nada es no intentar cambiar,
mejorar, alcanzar, terminar, modificar. Es observar eso que el niño trae
completamente y aceptarlo en su totalidad. Desde ahí surge la acción natural,
no premeditada.
Se hace manifiesto nuestro estado
natural.
Poner en palabras todo esto ya es de
alguna manera atraparlo, modificarlo, interpretarlo.
Es en la experiencia en donde puede
comprenderse realmente.
Sin embargo pasarlo por las palabras de
alguna manera me permite compartirlo.
Hacerlo menos abstracto. (o al menos intentarlo!)
En la práctica todo esto es un ejercicio
de presencia, del que tantos, tantísimos hablan. Claro porque todo es lo mismo
Para mi, para ponerlo en términos más
prácticos, es recibir a cada niño que llega y estar, en plena presencia,
dejando que venga lo que venga. Observándome a mi y observándolos a ellos.
Igual con mis hijas.
Aceptando lo que hay. Aún si es juicio y
necesidad de control. Aún si sale mi peor faceta. O si me veo en la necesidad
de hacer cosas inteligentes y muy profesionales.
Veo mis pensamientos, siento mis
emociones, respiro. Vuelvo una y otra vez al momento presente.
Estoy con lo que estoy.
Y así mismo dejo que ellos lo estén.
Y así, todo va pasando… y hay algo que
está detrás de todos esos telones, que se escapa de la cárcel de las palabras.
Cuando hay un encuentro desde ese lugar,
puedo experimentar la perfección, la iluminación, la naturaleza de la mente, el
amor sublime, la fuente… No importa el término.
Una vez, que en el encuentro con los
niños, experimentamos esto, lo demás deja de ser importante, y por instantes
todo es claro y certero.
Luego viene de nuevo todo lo otro. Ya no
importa.
El refugio, el centro son eternos y están
siempre disponibles.
Muchas gracias por ponerlo en palabras...
ResponderEliminarMuchas gracias. Qué importante, recordarnos que del silencio, surge la posibilidad del Ser.
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