Por Ana María Constaín
Hay muchas cosas del mundo que no me gustan. Que me parece
que no están bien y que podrían cambiar.
Soy soñadora. Idealista. Paso una gran parte del día
filosofando. Diciendo como es que deberían ser las cosas.
Me indigno. Frecuentemente.
Con la violencia. La injusticia. El maltrato. El abandono.
Con la deshumanización.
El nivel de desconexión con las emociones. Con el mundo
interno. Con todo aquello que no puede ser visto, medido, comprobado,
controlado, evaluado.
La negación de todo lo que no puede ser comprendido y
explicado con la mente racional.
Me indigno.
Me veo criticando con pasión el sistema. El gran enemigo.
Ese que convirtió los partos en escenas de terror. Los
colegios en cuarteles del castigo. El trabajo en endemoniados corporativos que
producen a costa de la felicidad. La salud en monstruosas farmacéuticas que nos
envenenan con sus remedios y vacunas. La agricultura en semillas de la muerte.
La modernidad despiadada que nos lleva a la destrucción.
Enemiga de la naturaleza. Invasiva. Poderosa. Nos engaña constantemente. Nos
seduce con el consumismo que nos devora.
¡Que drama!
Vivir se vuelve intolerable. Y ser mamá peor.
Una lucha en contra de lo que no debe ser. Una crítica
constante. Una insatisfacción permanente. Una rabia que crece con cada noticia
que confirma el terrible mundo que habitamos.
Una tensión permanente.
Me van a robar el parto. Mis hijos se van a alimentar de
toxinas. Les van a inyectar veneno. Van a ir a colegios que les lavarán la
mente y los harán completamente infelices. Se van a enfermar si se separan de
mi. Los van a robar. Los van a explotar.
Indignación.
Médicos, políticos, educadores, madres, empresarios
inhumanos.
Indignación que no es más que la creencia de que todos los
demás están mal y que yo podría hacerlo mejor.
Victimismo disfrazado de humanismo.
Superioridad disfrazada de conciencia.
Porque no están ellos y estoy yo.
No es el sistema en contra mío.
El mundo contra la humanidad
Somos lo que somos y estamos donde estamos
Todos somos parte.
Últimamente me he dado cuenta de este lugar en el que me
pongo.
Me agoto.
Tengo más ganas de disfrutar la vida en lugar de ir en una
cruzada para cambiar las cosas.
Practicar más esa humanidad que tanto profeso contactándome
conmigo y los demás justamente desde esa humanidad.
Ese sistema somos todos, y esa conexión con el mundo interno
que le falta es la falta de conexión que nos falta a nosotros mismos.
La “humanización” del sistema pasa por nuestra
“humanización”.
En la humanización del enemigo. De la capacidad de ver la esencia detrás del
personaje. El mundo interior del médico frío, el empresario explotador, el
político corrupto, el profesor
castigador, la madre abandónica, el padre maltratador… y tantos otros que vamos
etiquetando. Encasillando. Culpando de
nuestras desgracias.
Yo también hago parte. Yo también soy ese sistema que
rechazo. Yo tengo un poco de todos esos que no puedo tolerar. Y tal vez con un
poco más de apertura puedo darme cuenta de que en eso que rechazo y hago a un
lado, hay muchas cosas de las que puedo aprender, que me pueden servir, y que puedo disfrutar.
Estoy aprendiendo a vivir un poco más en los grises.
Bajando mis nobles armas en esta guerra por la humanización
Bajando mis nobles armas en esta guerra por la humanización
Y dejando que mis hijas disfruten de la vida y sus demonios, sin cargar con mi a veces rígida mirada de lo que se supone es bueno y saludable.
Integrando para trascender
Integrando para trascender
Te he leído y me siento acompañada. Estoy pasando por una neurosis donde de pronto el mundo se me tornó gris. Donde he sentido mucha indignación y profunda tristeza por lo que hay. Deshumanizados, es verdad. Lo sostuve el tiempo necesario para luego abrirme a pensar que en el mundo también hay personas que apuestan por hacer algo insignificante en favor de la vida, y esas tantas cosas insignificantes juntas, producen pequeños cambios. Ahora me siento capaz de reincorporarme entre colores y grises, pues soy parte del mismo sistema.
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