Hay días en los que me duele la humanidad. Hay tantos actos
de crueldad y odio. Acciones premeditadas que dañan en niveles tan profundos.
Natalia, una amiga de niñez, está hospitalizada. Su identidad
ha sido amenazada con un ácido que se encuentra a la vuelta de la esquina. Su
piel sufre por un odio que no le pertenece a ella. Allí está luchando por
permanecer en un mundo, que a veces yo pienso, ni vale la pena.
Es esa oscuridad que nos ronda.
Cuando supe salió a la superficie mi propia oscuridad. El
odio. La ira. La venganza. El miedo. Mi propia crueldad.
Que lo maten. Que lo quemen. Que lo encierren de por vida.
Inundada en la incomprensión. Ahogada en un dolor intenso.
Ese que marea y que quita la respiración.
Porque no es justo. Porque es miserable. Porque Natalia no
lo merece. Ni ella ni nadie. Porque no concibo que mis hijas crezcan en un
lugar donde esto es posible.
Esta oscuridad, llama a la oscuridad. El odio de estos actos
convoca el odio que habita en todos. Una sombra que se alimenta y crece
posándose en la vida.
A veces.
Y a veces pasa que la luz es inmensamente más grande.
Una vez vi mis monstruos de frente puede dejarlos morir.
Darme cuenta de que los humanos no somos eso.
- ¿Porqué son malos los malos? - Me pregunta Eloísa tantas
veces.
- Porque han olvidado el amor de su corazón. - He atinado a
contestarle.
Yo lo olvido.
La luz no se apaga con ácido.
Ni con nada.
La luz de las miles de personas que se han unido en todo el
mundo en oración, meditación, cantos, voces, energía de amor.
Luz de personas conocidas y desconocidas conmovidas.
Recordándonos de que estamos verdaderamente hechos.
Todos.
Aunque seamos capaces de cosas tan brutales.
La oscuridad se acaba con la luz. La luz del amor que somos.
No es un discurso romántico.
No creo en ignorar lo indeseable y enfocarnos solo en lo
“positivo”. Ni comulgo con la falsa espiritualidad de creernos todos tan buenas
personas y perdonar al prójimo.
El perdón es un resultado de extinguir el odio que al final
no más que la ausencia del amor.
Así que se trata más de abrir el camino al amor. Limpiar la
basura. Luchar con nuestros fantasmas. Mirar de frente nuestra propia oscuridad
que se manifiesta tan burdamente en unos cuantos tan carentes.
Trascender los impulsos de responder desde terrenos puramente
emocionales y seguir excavando. Para encontrar esa esencia que es capaz de
irradiar luz y amor.
Que es capaz de convocar a velocidades inimaginables masas
de gente impensables y que puede entender, desde la incomprensión, lo
verdaderamente importante.
Devolvernos la fe en la humanidad. Multiplicar la luz.
Contagiarnos de confianza. Recordar el potencial que tenemos. Sabernos grandes.
Sabernos divinos.
Y eso el ácido, no lo puede apagar.
da esperanza tu escrito, gracias!!
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