Por Ana María Constaín
Amadas hijas
No recuerdo la última vez que me vi al
espejo y me sentí bien con mi cuerpo. Solamente puedo hacer memoria de esas
veces que con nostalgia he visto fotos antiguas, anhelando volver a esa figura.
Pero aún así, si vuelvo atrás a ese
tiempo, tampoco me sentía conforme.
Siempre hay algo que ha faltado, sobrado,
ha sido muy blando, muy duro, muy grande, muy pequeño, del color inadecuado.
Es una batalla permanente contra la imagen que devuelve el reflejo.
Es una batalla permanente contra la imagen que devuelve el reflejo.
Últimamente había evitado mirarme y salir
en fotos y empecé a notar que vestirme por la mañana era un trámite necesario y
mas bien desagradable. Ni que decir del pánico de una vacaciones próximas que
requieren vestido de baño.
Amadas hijas,
Ayer pasó algo nuevo en mi vida.
Bien saben que soy de hacer poco
ejercicio, pero a veces, tengo estos arranques y me animo a moverme.
Normalmente porque la ropa empieza a apretar.
Así que ayer entré al gimnasio, venciendo
la inercia de la cama y las excusas. Entré a la clase y me inundaron las
palabras del ambiente:
“Yo desayuno un licuado, jamás como
dulce, eliminé las harinas, nada de alcohol, hay que hacer mínimo media hora de
ejercicio diario, tengo que bajar más este gordo….”
Fue como una invasión de palabras que me
asfixió. Para rematar llegué temprano y no me quedó mas remedio que enfrentarme
a la pared de espejos, normalmente cubierta por personas.
Decidí quedarme ahí y verme, permanecer
durante toda la clase y prestar atención a esa imagen frente a mi, siguiendo sus
movimientos que tantas veces he considerado torpes. Me entregué a la música y pude sentirme más que pensarme.
Digo que algo nuevo pasó porque por
primera vez me sentí realmente bien.
Por primera vez amé lo que veía.
Por primera vez amé lo que veía.
No es que me gustara, es que sentí amor.
Amadas Hijas,
Podría decirles amen su cuerpo,
Pero creo que eso no basta, porque son
solo palabras,
Vivimos en una cultura que no ama su
cuerpo, así que esto no es tan fácil de aprender.
Desde que nacen los bebés nos
obsesionamos con su peso. Las tablas de percentiles parecen evaluaciones en las
que un peso por debajo y una talla por encima se convierte en un motivo de
felicidad. Así de locos estamos.
Luego nos obsesionamos con la
alimentación. Quizá pongamos la salud de
mediadora, pero la realidad es que en el fondo tememos también por sus futuros
cuerpos.
Los ponemos a dieta desde pequeños, les
restringimos alimentos y sometemos a clases que satisfacen más nuestra necesidad.
Interrumpimos su contacto con el mundo
por nuestros miedos, poniendo muchas prendas de más y
encerrando su vitalidad.
Les puedo decir que amen su cuerpo,
Pero nos han visto despreciando los
nuestros una y otra vez.
Escondiéndolos. Tapándolos.
Han oído en las reuniones sociales como el
peso de los demás es un tema central. Quién subió, quién bajo y como esto
además es un indicador de éxito.
Están inmersas en imágenes y juguetes que les dicen que cuerpo y aspecto
deben tener,
Y aunque aún son pequeñas ya sus cuerpos
han sido evaluados, juzgados y sujetos de opinión y expectativas, millones de
veces.
Les puedo decir que amen su cuerpo
Pero les prohibimos el placer
constantemente
Les enseñamos que el respeto es reprimir
su sexualidad
Y que dejarse tocar es peligroso
Les respetamos poco sus gustos,
Escuchamos mínimamente sus sensaciones y
las nuestras
Limitamos su movimiento,
Restringimos su libre expresión.
Amadas hijas,
Les puedo decir que amen sus cuerpos,
pero quizá es mejor que empiece yo por
amar el mío.
Aceptarlo tal y como es. No solo en
palabras.
Estoy empezando a hacerlo.
Veo la cicatriz que las trajo al mundo,
las estrías que les dieron espacio para crecer, la grasa que me ha protegido de
situaciones que no podía elaborar.
Agradezco una pelvis cerrada y unas tetas doloridas que me abrieron a tanta consciencia y contacto conmigo.
Siento la piel que tanto placer me ha dado, y que me da tanta información del mundo. Cuanto amor nos hemos transmitido tocándonos.
Renuevo mis sentidos, con tantos niños que me invitan a hacerlo en mi sagrado consultorio, pidiéndome a gritos que los acompañe a revivir los propios.
Y también con ustedes: olorosas,
pegajosas, suaves, risueñas y sonoras.
Dejo de pelear con la comida, la recibo y disfruto. La siento y me doy cuenta lo que necesito y quiero. Despierto el gusto. Siento mi digestión.
Bailo, siento el disfrute de danzar más con cuerpo que con pensamientos.
Me muevo, siento mis pies, mis piernas,
recuerdo todos los pasos que han dado los lugares a los que me han llevado.
Me permito el gozo, camino descalza, me suelto el pelo,
Siento el dolor que sabiamente me muestra
el camino.
Ya no quiero seguir escondiéndome,
avergonzándome, tapándome. Escogiendo el lugar estratégico en las fotos, usando
colores que mimetizan, haciendo sacrificios inútiles y castigándome.
Sé que tomará un tiempo.
Amadas hijas,
Hoy también quiero decirles que yo amo
profundamente su cuerpo
Eloísa,
Amo tu cuerpo imponente que no puede
pasar desapercibido. Un cuerpo que contiene toda tu belleza e inmensidad.
Amo tu pelo dorado que brilla como tu con
la luz del sol
Y tus ojos profundos que muestran tu
sabiduría y tu alma
Amo tu baile y tu canto libres y
auténticos. Imposibles de ser amaestrados.
Y la manera como vas adueñándote de tus
movimientos para vencer el miedo y llegar a donde tu quieres.
Amo tu perseverancia por defender tus
gustos y comer todo aquello que tu energía consume a un ritmo incomprensible.
Amo tu vitalidad y tus expresiones que
sin palabras cuentan todo.
Tu piel sensible que a pesar de mi desesperación
exige telas suaves y que te den libertad.
Amo tus sentidos despiertos que nos se
pierden de nada y se alían con tu curiosidad inmensa por conocer el mundo.
Matilde,
Amo tu caminar firme que deja huella por
donde pasas.
Tu habilidad para escalar, saltar y
moverte para alcanzar lo que tu quieres.
Amo tus percepción aguda, que no permite
un plato sucio, o un ruido fuerte y tu lengua con su punta-antena que decide lo
que entra a tu boca.
Amo tu cuerpo giratorio, que ama dar
vueltas sin parar
Y esos pies que se asoman de los
escondites.
Amo tu risa y tu dulce voz que trasmiten
todo lo que eres
Y la manera en como buscas contacto y
repartes besos y abrazos para dar amor constantemente
Amo tu carita de facciones finas y tus
ojos profundos e imponentes que muestran tu grandeza y dulzura.
Y tu pelo dorado y suave que brilla como
tu
Amo tu piel sensible, termómetro de tu
interior que sabiamente nos ha guiado para darte lo que necesitas.
Amadas hijas,
Puedo decirles que amen su cuerpo,
Pero más que eso quiero
Aceptar el mío, el suyo, el de papá,
Dejar de juzgar el de otras personas.
Centrarnos en sentir, honrar, cuidar, escuchar,
habitar, celebrar, gozar nuestros cuerpos.
Amarlos profundamente
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