Por Ana María Constaín
Hay días en los que entro a mi casa y me siento
ahogada. Atacada por un exceso de objetos que parecieran perseguirme. Es un
caos. Por supuesto esto tienen que ver en gran parte con mi desorden. Un
desorden que suele reflejar mi estado mental, en el que ocurren un millón de
cosas a la vez. Quizá también influye el hecho de que tenga dos niñas
chiquitas, que saben mucho más de sacar que de guardar.
Pero sobretodo, tienen que ver con que tenemos
mucho más de lo que usamos.
Aún así, casi todos los días, llega el: Mamá, ¿Me lo compras?
No importa si vamos al parque, a la tienda, a la
casa de alguien más o nos quedamos en la nuestra. Ni tampoco si ya hay tres
versiones distintas de eso que quieren.
Viene el no.
-¿Por qué?
-Ya tenemos uno.
-No es mio
-Te lo presto
-Lo quiero para mi
-No lo necesitas
-Pero yo lo quiero. De este no tengo. Este es mas
grande, mas rico, más bonito, mejor. Es el que tienen mi amiga. Nunca lo he
probado.
Quizá insista en el no. Pero tarde o temprano el
objeto deseado llegará por uno u otro lugar.
Es la vida que a mis hijas les tocó. Una vida de
abundancia.
Creo que también de excesos.
Intento no ponerme en un lugar de juicio. ¡Es que
estos niños de ahora que no valoran nada!. ¡Nada es suficiente!
Agradezco que tengan tanto.
Sin embargo esta sensación de ahogo permanece.
Porque más allá de las creencias morales acerca del valor de las cosas, percibo
mucha angustia, en ellas y en mi.
Me cuesta no caer en el discurso anti-consumista,
en el que también me pongo en un lugar de desprecio, rechazo y a veces escasez.
Así que permanezco en esta sensación, que es
mucho más real que cualquier ideal o postura filosófica y me doy cuenta de que este
ahogo y angustia no es solo por el exceso de objetos.
Es un exceso de información, estímulos, deseos,
metas, personas, noticias, ideas. Un exceso de todo.
Una oferta excesiva, imposible de digerir.
Las necesidades vienen de afuera. Por todos lados
llega información de lo que no tengo. Los libros que no he leído, los cursos
que no he hecho, las personas que aún no conozco, los países a los que no he
viajado, la nueva colección de ropa que no tengo, los maravillosos productos
que no he probado, los métodos de sanación que no he intentado.
El, "mamá ¿me lo compras?", es una voz interna
mía que me dice ¡Lo quiero comprar! ¡Yo lo necesito!
El mundo dicta mis necesidades, y son muchas. Hay
gigantescos equipos de personas dedicados a convencerme de eso. A seducirme. A
crearme necesidades que no sabía que tenía.
Hacen bien su trabajo, sin duda.
Quizá este ahogo, se ha exacerbado desde que soy
yo quién tiene que vender.
Así es el juego.
Convence, seduce, manipula, usa las palabras
adecuadas, bombardea, presiona, engaña, destácate de los demás.
Si no, pierdes.
Y no tendrás como comprar todo eso que otros
lograron convencerte de que necesitas.
Es un sin sentido,
del que no quiero salir
radicalmente.
No quiero trabajar excesivamente y perderme de la vida. Ser esclava del consumo.
Tampoco quiero privarme de cosas maravillosas que el mundo tiene por ofrecer.
Sé que tengo una empresa, una familia y unas
hijas con quienes intentar nuevas maneras. Probando. Danzando entre los
extremos.
Por ahora tengo claro que quiero deshacerme de
unos cuantos objetos
Decir que no a mis hijas varias veces al día
Salir más a la naturaleza
Preguntarme honestamente si necesito algo antes
de comprarlo
Darnos gustos disfrutándolos con presencia
Aprender sobre marketing responsable
Compartir lo que tenemos
Limitar mi tiempo en el computador
Bailar más,
Hacer cosas que nos gustan y divierten
Sentirnos, atendernos y amarnos para no llenar
vacíos inútilmente
Seguir en mi camino de conciencia
Y así no tener que comprar un falso bienestar.
Tienes razón en que no sólo es exceso de objetos, también caemos en el exceso de planes porque no sabemos simplemente estar con nuestros hijos y ver cómo ellos van proponiendo qué hacemos. Hemos tenido fines de semana de tres piñatas y no contentos con eso los llevamos a tres parques distintos y ojalá que no falte ir a cine o teatro para que la formación estética no quede corta. Definitivamente vivimos comprando "falsos bienestares"
ResponderEliminarMuy buena reflexión. La comparto en el fb de mi blog.
ResponderEliminar