Soy Psicóloga, lo fui antes de ser mamá.
Ahora soy mamá psicóloga.
¡Qué suerte tienes! Sabes un montón de
cosas para criar a tus hijas, dicen algunos.
¡Uy pobres!, un psicóloga en casa todo el
día, dicen otros.
La verdad tiene un poco de ambas
afirmaciones.
Cuando nació Eloísa quería tener una
máquina capaz de eliminar de mi cabeza todo mi conocimiento.
Ciertamente el
bombardeo de sabias teorías sobre como se traumatizan los niños en su niñez, no
ayudaba para nada. Por el contrario era una gran interferencia en una naciente
relación que necesitaba más de mi que de mis dotes profesionales. Porque además
“ser psicólogo” incluye tener una amplia gama de información que se contradice
ridículamente.
Si a eso le sumo que mi relación con una gran parte de la piscología que
aprendí y la que ronda por ahí, es bastante desfavorable, lo que queda es una
maraña de confusión que más que guiarme me produjo una angustia asfixiante.
La lista de complejos, deficiencias,
carencias emocionales, malignidades inconscientes y vínculos insuficientes era
larga y agobiante
Por fortuna no he sido solo psicóloga,
sino ser humano, y los últimos años previos a mi maternidad me habían llevado
por un proceso de trabajo personal, y por piscologías más integrales que me
permitieron verme en profundidad.
Pude colgar mi traje de psicóloga,
silenciar mi mente por cortos momentos y conectarme conmigo y mi amor inmenso
que logra abrirse paso entre la marea que se desata una vez se engendra un ser.
Esa si ha sido la ventaja para mis hijas,
y claro, para mi.
Esta insistencia casi obsesiva por ampliar
mi conciencia constantemente, por aceptar todo lo que ha venido, lo bonito y lo
feo; la buena y la mala madre. Esta mi perseverancia por ser mi mejor versión y
ver en mis hijas lo que son en esencia, sabiendo al mismo tiempo que seremos
también tantas otras cosas a veces indeseables, en este proceso por el que
tenemos que pasar por el simple hecho de ser personas.
Además de mamá psicóloga, soy psicóloga
mamá.
Hacerme cargo de mis hijas, y de mi misma
para poder sostenerlas, ha ocupado todo el espacio. Gran cosa! Porque entonces
no me queda nada para tratar de salvar a los niños y niñas que llegan a mi
consultorio. No puedo ya intentar ser esa madre que no tienen y dar lecciones
de cómo es que deben hacerse las cosas. No me quedan ganas de señalar los
millones de errores que tienen a los niños en situaciones inaceptables. Porque
además señalar sería señalarme a mi misma.
Ahora me veo un poco en cada caso de
abandono, maltrato, desconexión, soledad, rabia, descontrol. Puedo saber en
carne propia lo que es no ver lo que para otros es tan obvio. Sentir en mi piel
esa impotencia y ese dolor que acompañan la crianza de los hijos.
El miedo que inunda todo. La tristeza que
aparece sin avisar. La rabia que ha estado escondida y que rompe violentamente
con cualquier intento de paz y armonía.
He probado una y otra vez fallidamente
consejos, pautas y estrategias ajenas, para darme cuenta de que nada funciona
hasta que comprenda ampliamente que es lo que nos trae a cada situación.
Una vez más reafirmo que más que
psicóloga soy ser humano, y que eso es lo que mis pacientes necesitan.
Al final lo que más necesitamos es
alguien que nos acompañe a vernos desde nuevos lugares, a expresar lo
prohibido, a aceptar lo que somos y lo que hemos sido.
Anhelamos un espacio en el que podamos
ser vistos por quién realmente somos y ser amados incondicionalmente.
Me gusta verme como esa que facilita un
espacio para que se teja nuevamente ese lazo entre los niños y sus padres y
madres. Para que puedan recorrer un camino hacia su corazón y hacia su esencia
y darse cuenta poco a poco, que todas esas conductas, emociones, síntomas no
son más que señales para mostrarnos el camino. Maneras para que nos demos
cuenta que vamos por la ruta equivocada.
Ser madre me ha permitido ( a veces
obligado) a comprender que no tengo que salvar a nadie de nada. No soy mamá
sustituta de nadie, ni soy mejor que las personas que vienen a verme. No tengo
mejores respuestas, ni soluciones mágicas.
Y ser psicóloga me ha permitido tener
herramientas para ver a mis hijas y comprenderlas. Adentrarme a los mundos
internos de la psique en mi intento por entender el misterio de la existencia,
para darme cuanta al fin que la mente no alcanza.
Soy lo que soy. Tengo mi camino
recorrido, mis travesías en universos complejos. Tengo mi valentía para
adentrarme en lugares oscuros y mi sensibilidad que me permite contactar con
lugares luminosos. Tengo mi tesón y constancia por ver siempre más allá ( y más
acá)
Y tengo esta mezcla extraña entre mi
dificultad para vivir en un mundo tan cruel y doloroso y al mismo tiempo una
profunda fe en los seres humanos.
Ser mamá-psicóloga o psicóloga-mamá, no
es más que ser yo y ponerlo a disposición de otros y sobretodo abrirme a la
posibilidad de transformarme día a día en ese encuentro con tantas personas que
llegan a mi vida y me enseñan tanto o más de lo que yo puedo enseñarles.
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