martes, 7 de mayo de 2013

Dia de la madre

Por Ana María Constaín

A mi mamá, Carolina. 




No, no es verdad que todos los días es el día de la madre.

Con el pretexto de que todas las fechas se han convertido en una excusa comercial, porque nos creemos superiores a la cultura capitalista y materialista, decidimos restarle importancia a este día. Evitamos la fatiga de restaurantes llenos y mejor nos quedamos en casa. Dejando a las madres, una vez más, hacerse cargo de cualquier celebración.  Pasamos ya la edad de tarjetas y regalos hechos en casa, y rara vez tenemos la capacidad de sintonizarnos con las necesidades y gustos de aquellas mujeres que nos trajeron al mundo. Y si es que decidimos darles algún regalo, seguro será algo que agradecerán con el corazón, porque siempre lo hacen, pero que rara vez se ajusta a lo que rondaba en sus sueños.

Ahora que soy madre de dos,  me doy cuenta de que el Día de la Madre debería ser la fiesta más importante del año.  Por ninguna razón se debería pasar por alto.

Porque sí, las madres amamos incondicionalmente y damos todo a nuestros hijos sin esperar nada a cambio.

Pero no está nada mal que un día al año recordemos hacer explícito nuestro agradecimiento hacia ellas. Que lo digamos en voz alta. Que las reconozcamos. Que les digamos te quiero, mirándolas a los ojos. Que hagamos el intento de darles gusto, en algo que ellas realmente deseen.  Que las honremos. No importa mucho la manera.

Sí, ellas saben lo que sentimos por ellas. Pero no está de más que se los digamos. 


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Mamá,
Gracias.
Por cada día, cada hora de tu entrega
Por prestarme tu cuerpo para venir a este mundo, y tu corazón para crecer en él.
Por tu constante crecimiento y fortaleza
Por la libertad que me has dado para vivir mi propia vida
Y por tu compañía mientras lo hago
Por tu amor incondicional

Te honro, te admiro y te amo.

¡Gracias mamá!

jueves, 2 de mayo de 2013

Sobre castigos, premios, pataletas y demás…

-Por Ana María Constaín

No me gustan los castigos. Ni sobornar a los niños con premios. Estoy en desacuerdo con el conductismo tipo Nanny S.O.S.

Al menos hasta que fui mamá.

A medida que Eloísa crece, es más frecuente que salgan de mi boca estas frases que tenía catalogadas como prohibidas. - “Si no comes no hay postre”, “Si te sigues portando mal, no te presto el Ipad”, “si no te empijamas ya, te quedas sin cuento”, “Así como estás de grosera crees que te mereces ir al parque?”
Me desconozco. Es todo lo que no esperaba decir a la hora de criar a mis hijos.

Soy mucho más de la idea de que aprendan las consecuencias naturales. Que se sientan aceptados y amados incondicionalmente. Que hagan las cosas por motivación propia e interna.
Pero a mi teoría le hacían falta unos cuantos factores.  Principalmente el agotamiento que implica estar con los hijos día y noche, olvidando en gran parte cualquier tipo de pasatiempos y actividad adulta.
Además de que ellos no tienen que asumir solos esas consecuencias de sus actos. Ahí va toda la familia en el paquete.
-¿Se atascó de chocolates? – Viene una noche de desvelo.
-¿No se quiere poner los zapatos? – Esperen todos con maleta al hombro y bebé colgado a que este lista.
-¿No quiere ir al baño antes de salir? – Busque baño en la mitad de un trancón, si no es que el episodio acaba con pantalones y silla del carro mojados.

Tampoco estaba en mis cálculos el deseo natural de los niños por contradecir a sus papás. O pedir, pedir, pedir y pedir sin límite alguno. –“Es que no estás contento con nada!” ... Las frases parecen vivas. Salen de mi boca sin pedir permiso alguno.

No tenía en cuenta que las patadas, gritos y golpes vienen en los momentos de mayor saturación. Ni las negociaciones interminables por cada pequeño detalle del día. Pareciera que “yo quiero” es suficiente razón para cualquier disparatado pedido.

Ahora que nació Matilde, la cosa se complicó aún más. Porque no hay manera humanamente posible para cubrir las necesidades de ambas al mismo tiempo. La exploración de Eloísa y su libre expresión son completamente incompatibles con el ambiente tranquilo que aclama Matilde.  La independencia y autonomía que la caracterizaban, brillan por su ausencia, y ahora no hay manera de separarla de mi ni para hacer sus cosas favoritas. Mi espectro de atención simplemente no alcanza para las demandas de ambas.

A veces me veo tentada a callar pataletas con dulces y televisión. Porque además los niños (o al menos Eloísa) tienen esta gran capacidad para hacer lo que más  irrita a sus padres. Ella tiene una habilidad innata de encontrar todos y cada uno de mis puntos débiles.

Llevo mucho tiempo esforzándome más allá de mis límites. Por supuesto, sintiéndome culpable por el trauma que estoy causándoles constantemente. Por mi incapacidad para atender sus necesidades para su sano desarrollo. Por imponer mi autoridad, sin escucharlas. Por decir NO casi tantas veces como respiro.  Por no comprenderlas. Preguntándome qué es lo que hago mal. Porque unas niñas amadas y con sus necesidades satisfechas deberían ser más tranquilas. Menos demandantes. Más “fáciles”.
- Cuánto juicio en mi cabeza, cuántas exigentes expectativas.

He aprendido a sentir esa culpa y dejarla ir. Mirar todas esas etiquetas con las que califico y dejarlas ir. Observando con más conciencia, con más compasión y aceptación, me he dado cuenta de que si bien en el fondo sigo pensando lo mismo, también he integrado todas esas variables a una teoría que dejó de serlo para convertirse en experiencias vivas.


Así que en casa, aprendemos a convivir, creando un espacio para las necesidades de todos. En donde los adultos somos adultos y los niños, niños, y todos tenemos un lugar. Para Ser. Para expresar lo que sentimos, por inadecuado que parezca. Hacer lo que nos gusta, respetando a los otros. Cuidando, reparando. Poniendo límites que van danzando con el flujo de la vida. Aprendiendo de los diferentes ritmos y permitiéndonos las equivocaciones. Frustrándonos.  Retirándonos cuando empezamos a lastimar. Abrazando cuando podemos consolar. Aprendiendo a esperar y compartir. Creando nuevas maneras constantemente. Siendo firmes cuando así lo sintamos. Permitiendo la diferencia, los encuentros y desencuentros. Amándonos incondicionalmente.


Todos.

Siendo familia.

Sigo en mi camino de desapegarme de los debería. Confiando en mi capacidad de amar y desde ahí nutrir, contener y acompañar independientemente de si estoy siguiendo o no las pautas ideales.
Haciéndome la vida más fácil y más gozosa.