lunes, 20 de agosto de 2012

La mujer real


Por Ana María Constaín





Semana a semana veo – y siento – mi cuerpo transformarse.
La imagen del espejo me es extraña, a veces es hermosa, a veces repugnante. En parte porque nada tiene que ver con esas fotos de mujeres embarazadas de revista. Esas fotos de mujeres sonrientes, de pieles lisas, panzas que apenas revelan que hay un ser completo debajo de la superficie. Tetas firmes y redondas. Cinturas presentes. Piernas inmunes al paso del embarazo.

Creería uno que estar embarazado le da permiso para liberarse del ideal estético. Para olvidarse de dietas, modas, vientres planos, cuerpos firmes.
Pues resulta que ahora también hay un cuerpo de embarazada ideal. Y una exigencia bastante explícita por “recuperar la figura” al mes de dar a luz.

En mi caso, no fue al mes, ni al año. Ni a los dos. Y sospecho que ahora que a mis tres meses de gestación mi barriga revela como 5, ese sueño de volver a tener mi cuerpo de antes pasó a la historia.

No puedo evitar sentir una gran nostalgia al ver esas fotos de hace 5 años. Antes de que la maternidad causará sus estragos. Y también me doy cuenta que incluso en ese entonces, sentía una gran inconformidad con mi cuerpo.

Es más, por más que pienso, no logro recordar una sola mujer, una sola persona, completamente feliz con su cuerpo. Siempre hay algo que mejorar, algo que cambiar.
Es una locura.
Es un ideal completamente desconectado de la realidad.

Yo no quiero sentirme así.
No quiero ver el espejo (cuando no tengo más remedio que enfrentarlo) y sentir un rechazo profundo por lo que ahí encuentro. No quiero “recuperar” mi figura. Entre otras cosas porque no hay nada que recuperar. Yo ya no soy la misma de hace 5 años. ¿Por qué mi cuerpo tendría que serlo?
¿cómo puedo pretender que una vida se cree dentro de mi sin dejar huella alguna?

Semana tras semana veo – y siento – mi cuerpo transformarse. Pero no solo es mi cuerpo. Soy yo. Mi cuerpo refleja mi mujer. Una mujer que crece, al ritmo del útero. Mis caderas se amplían al abrir espacio a la vida. En mi piel quedan huellas de mi nueva identidad. En la voluptuosidad de mis tetas puedo ver lo nutricio de la madre que soy. En la cicatriz de mi cesárea, siento mi rigidez desvaneciendo.

Mi cuerpo entero es nuevamente hogar de un nuevo ser. Mi grasa lo nutre y protege, mis hormonas le permiten existir.
¿No es demasiado absurdo desear que todo esto pase inadvertido?
¿Como no amar esta imagen de mi cuerpo transformándose al mismo tiempo que todo mi ser?

Mis hijos no necesitan una mamá-revista. Necesitan una mujer real. Disponible. Generosa. Dispuesta a renunciar a su propia imagen, para darle espacio a una nueva. Una imagen en la que ellos tengan un lugar. Una imagen que yo pueda amar tanto como los amo a ellos. Sin que carguen con el peso de haber “arruinado mi cuerpo”.

Yo necesito ser una mujer.
La mujer que elijo.
La mujer que quiero.
La mujer que siento.
No la que nadie me impone.

Una mujer real.