martes, 29 de septiembre de 2015

El lado oscuro de la paz

Por Ana María Constaín




Desde que trabajo como psicóloga con mucha frecuencia mi consultorio se convierte en un campo de batalla. Los dardos, las espadas, las pistolas de agua, los bates de espuma y los animales salvajes toman un gran protagonismo
Es un espacio de terapia, por lo que evito censurar los temas tabú.
Muchas veces, con miedo y duda, permito que se expresen los lados más oscuros.
Así que poco a poco los niños y los adultos, van permitiéndose abrir la caja de pandora. Todo aquello innombrable y prohibido empieza a habitar el espacio.
Hay guerra, muerte, odio, rencor, celos, envidia, deseos oscuros y malvados.

Lo curioso es que muchas de las personas que llegan son personas que le apuestan a la paz. Adultos que han optado por estilos de vida pacíficos, o padres y madres amorosos que día a día eligen una crianza respetuosa y amable. 

Esto ha tambaleado mis esquemas.

Porque es quizá más fácil de explicar la violencia en contextos de carencia, agresión, y maltrato. Poner en el desamparo y esterilidad emocional la razón de conductas conflictivas.

Esperaría yo que el resultado de un ambiente nutricio y respetuoso fueran personas pacíficas, que puedan dar al mundo lo más puro de su esencia.

No siempre es el caso. Mi mente racional busca respuestas. En parte, porque me es insoportable no dar una explicación certera y clara, a las personas que acuden en busca de mi saber para resolver una situación que se vuelve exhaustiva.

Últimamente me he quedado en el vacío de la no respuesta. Estando presente con esa actitud observadora y curiosa que tanto me ha costado desarrollar.

Hilando fino, en un trabajo de hormiga que requiere paciencia y constancia. 

¿Qué nos quiere decir esta agresión? ¿Qué mensaje nos trae? ¿Que necesidad se esconde tras estas emociones?

Yo misma lo he vivido en carne propia, con este monstro que la maternidad despertó. Me he encontrado con mi propia violencia. Con la rabia enterrada, los gritos ahogados, los dientes apretados y constantes dolores de cabeza que han sido parte de mi historia.

Un personaje que nunca aparecía en público, empezó a asomarse con frecuencia. El que encarna todos los conflictos evitados, los límites sobrepasados, la fuerza adormecida que teme tanto hacer daño.
Ha salido, y por falta de práctica y espacio, sale muy torpemente.  Me convierto en esa persona gritona, impaciente, irritable, y a veces agresiva. Digo cosas indeseables. Lastimo. Especialmente a las personas que más quiero.

¿De donde viene todo esto?
Yo, que tanto trabajo personal he hecho, que tanto sé supuestamente de crianza, que recito de memoria los mejores métodos, que creo en la paz y el amor.

No quiero apresurarme a sacar conclusiones.

Intuyo que justamente todo mi trabajo personal me ha permitido ver mi lado oculto. La parte oscura que tanto cuesta reconocer. Empezar a contactarla y reconocerla, darle espacio, nombre, validarla y aceptarla.

Dando lugar a mi rabia he encontrado fuerza. He puesto límites y practicado el no. He tenido un combustible para vencer miedos, sacar proyectos adelante, sacar mi voz al mundo con más coraje. Me he atrevido. Estoy aprendiendo de la firmeza, la claridad y la asertividad. Porque mi fuerza no solo destruye, sino que me da un lugar.
Y también rompe: paradigmas, creencias caducas, manipulaciones e injusticias.

Esto me hace pensar, si quizá la búsqueda de la paz, ha dejado muchas cosas en la sombra que no pueden simplemente ser enterradas.
Si tal vez,  hay unos que otros que manifiestan todo lo que los demás no queremos reconocer. Se convierten en espejos para mostrarnos lo que pretendemos ocultar, y entre más los excluyamos, desterremos, castiguemos y señalemos, más nos devuelven todo aquello que ponemos afuera, pero que en realidad es también nuestro.

Me pregunto si perdonar al enemigo, signifique reconocerlo en cada uno y perdonarnos a nosotros mismos. No en un sentido poético o simbólico. Realmente mirarnos y darnos cuenta que ese enemigo duerme adentro de nosotros y que entre más nos demoremos en despertarlo más se manifestará afuera.

Me pregunto si todos esos niños y niñas, adolescentes y adultos que traen su oscuridad, me están mostrando algo.

Nuestro cometido de paz no puede ser crear espacios idílicos excluyendo a todo el que traiga cosas indeseables. Poniendo una frontera rígida para alejar al que no comulgue con nuestros ideales.  Confundiendo límites y acuerdos de cuidado, con destierro, castigo y señalamiento.

Tal vez no podamos acabar con la violencia solamente hablando de paz y armonía. Eliminando las armas, racionalizando acuerdos o comprendiendo mentalmente el bien. 
Probablemente necesitemos mirarla a los ojos, reconocerla y comprender para qué está ahí.

Empezando por nuestra propia violencia que se disfraza de tantas maneras: de ironía, crueldad, silencio, desprecio, juicio, manipulación, exclusión, acusación, competencia desleal, intolerancia.

Aceptar nuestra rabia y oír su voz, para saber qué es lo que nos está pidiendo.


De lo contrario me temo, no estamos más que mandando nuestra basura al mar, para darnos cuenta tarde o temprano que todo se nos regresa.

martes, 15 de septiembre de 2015

Mamá, ¿me lo compras?

Por Ana María Constaín



Hay días en los que entro a mi casa y me siento ahogada. Atacada por un exceso de objetos que parecieran perseguirme. Es un caos. Por supuesto esto tienen que ver en gran parte con mi desorden. Un desorden que suele reflejar mi estado mental, en el que ocurren un millón de cosas a la vez. Quizá también influye el hecho de que tenga dos niñas chiquitas, que saben mucho más de sacar que de guardar.

Pero sobretodo, tienen que ver con que tenemos mucho más de lo que usamos.

Aún así, casi todos los días, llega el:  Mamá, ¿Me lo compras?
No importa si vamos al parque, a la tienda, a la casa de alguien más o nos quedamos en la nuestra. Ni tampoco si ya hay tres versiones distintas de eso que quieren.

Viene el no.
-¿Por qué?
-Ya tenemos uno.
-No es mio
-Te lo presto
-Lo quiero para mi
-No lo necesitas
-Pero yo lo quiero. De este no tengo. Este es mas grande, mas rico, más bonito, mejor. Es el que tienen mi amiga. Nunca lo he probado.

Quizá insista en el no. Pero tarde o temprano el objeto deseado llegará por uno u otro lugar.
Es la vida que a mis hijas les tocó. Una vida de abundancia.

Creo que también de excesos.

Intento no ponerme en un lugar de juicio. ¡Es que estos niños de ahora que no valoran nada!. ¡Nada es suficiente!
Agradezco que tengan tanto.

Sin embargo esta sensación de ahogo permanece. Porque más allá de las creencias morales acerca del valor de las cosas, percibo mucha angustia, en ellas y en mi.

Me cuesta no caer en el discurso anti-consumista, en el que también me pongo en un lugar de desprecio, rechazo y a veces escasez.

Así que permanezco en esta sensación, que es mucho más real que cualquier ideal o postura filosófica y me doy cuenta de que este ahogo y angustia no es solo por el exceso de objetos.

Es un exceso de información, estímulos, deseos, metas, personas, noticias, ideas. Un exceso de todo.

Una oferta excesiva, imposible de digerir.

Las necesidades vienen de afuera. Por todos lados llega información de lo que no tengo. Los libros que no he leído, los cursos que no he hecho, las personas que aún no conozco, los países a los que no he viajado, la nueva colección de ropa que no tengo, los maravillosos productos que no he probado, los métodos de sanación que no he intentado.

El, "mamá ¿me lo compras?", es una voz interna mía que me dice ¡Lo quiero comprar! ¡Yo lo necesito!

El mundo dicta mis necesidades, y son muchas. Hay gigantescos equipos de personas dedicados a convencerme de eso. A seducirme. A crearme necesidades que no sabía que tenía.
Hacen bien su trabajo, sin duda.

Quizá este ahogo, se ha exacerbado desde que soy yo quién tiene que vender.
Así es el juego.
Convence, seduce, manipula, usa las palabras adecuadas, bombardea, presiona, engaña, destácate de los demás.
Si no, pierdes.
Y no tendrás como comprar todo eso que otros lograron convencerte de que necesitas.

Es un sin sentido, 
del que no quiero salir radicalmente. 

No quiero trabajar excesivamente y perderme de la vida. Ser esclava del consumo. 

Tampoco quiero privarme de cosas maravillosas que el mundo tiene por ofrecer.

Sé que tengo una empresa, una familia y unas hijas con quienes intentar nuevas maneras. Probando. Danzando entre los extremos.


Por ahora tengo claro que quiero deshacerme de unos cuantos objetos
Decir que no a mis hijas varias veces al día
Salir más a la naturaleza
Preguntarme honestamente si necesito algo antes de comprarlo
Darnos gustos disfrutándolos con presencia
Aprender sobre marketing responsable
Compartir lo que tenemos
Limitar mi tiempo en el computador
Bailar más,
Hacer cosas que nos gustan y divierten
Sentirnos, atendernos y amarnos para no llenar vacíos inútilmente

Seguir en mi camino de conciencia


Y así no tener que comprar un falso bienestar.