martes, 1 de diciembre de 2015

Autoestima...

La falta de autoestima es sobretodo una crisis espiritual. No poder ser eso que somos en esencia, ni poder entregar nuestros dones y talentos. No ser lo que vinimos a ser. 
¿Como mejorar el autoestima de los niños ? 
Permitiéndoles SER lo que son. Amarlos y aceptarlos profundamente.
¿Como mejorar nuestra autoestima?
SIENDO lo que somos. Dando lo que tenemos al mundo.

sábado, 28 de noviembre de 2015

Podría decir que amen sus cuerpos, pero no es suficiente.

Por Ana María Constaín




Amadas hijas

No recuerdo la última vez que me vi al espejo y me sentí bien con mi cuerpo. Solamente puedo hacer memoria de esas veces que con nostalgia he visto fotos antiguas, anhelando volver a esa figura.
Pero aún así, si vuelvo atrás a ese tiempo, tampoco me sentía conforme.
Siempre hay algo que ha faltado, sobrado, ha sido muy blando, muy duro, muy grande, muy pequeño, del color inadecuado. 

Es una batalla permanente contra la imagen que devuelve el reflejo.

Últimamente había evitado mirarme y salir en fotos y empecé a notar que vestirme por la mañana era un trámite necesario y mas bien desagradable. Ni que decir del pánico de una vacaciones próximas que requieren vestido de baño.

Amadas hijas,
Ayer pasó algo nuevo en mi vida. 
Bien saben que soy de hacer poco ejercicio, pero a veces, tengo estos arranques y me animo a moverme. Normalmente porque la ropa empieza a apretar.

Así que ayer entré al gimnasio, venciendo la inercia de la cama y las excusas. Entré a la clase y me inundaron las palabras del ambiente:
“Yo desayuno un licuado, jamás como dulce, eliminé las harinas, nada de alcohol, hay que hacer mínimo media hora de ejercicio diario, tengo que bajar más este gordo….”
Fue como una invasión de palabras que me asfixió. Para rematar llegué temprano y no me quedó mas remedio que enfrentarme a la pared de espejos, normalmente cubierta por personas. 

Decidí quedarme ahí y verme, permanecer durante toda la clase y prestar atención a esa imagen frente a mi, siguiendo sus movimientos que tantas veces he considerado torpes. Me entregué a la música y pude sentirme más que pensarme.

Digo que algo nuevo pasó porque por primera vez me sentí realmente bien. 
Por primera vez amé lo que veía.
No es que me gustara, es que sentí amor.

Amadas Hijas,

Podría decirles amen su cuerpo,
Pero creo que eso no basta, porque son solo palabras,

Vivimos en una cultura que no ama su cuerpo, así que esto no es tan fácil de aprender.
Desde que nacen los bebés nos obsesionamos con su peso. Las tablas de percentiles parecen evaluaciones en las que un peso por debajo y una talla por encima se convierte en un motivo de felicidad. Así de locos estamos.
Luego nos obsesionamos con la alimentación.  Quizá pongamos la salud de mediadora, pero la realidad es que en el fondo tememos también por sus futuros cuerpos.
Los ponemos a dieta desde pequeños, les restringimos alimentos y sometemos a clases que satisfacen más nuestra necesidad.
Interrumpimos su contacto con el mundo por nuestros miedos, poniendo muchas prendas de más y encerrando su vitalidad.

Les puedo decir que amen su cuerpo,
Pero nos han visto despreciando los nuestros una y otra vez.
Escondiéndolos. Tapándolos.
Han oído en las reuniones sociales como el peso de los demás es un tema central. Quién subió, quién bajo y como esto además es un indicador de éxito.
Están inmersas en imágenes  y juguetes que les dicen que cuerpo y aspecto deben tener,
Y aunque aún son pequeñas ya sus cuerpos han sido evaluados, juzgados y sujetos de opinión y expectativas, millones de veces.

Les puedo decir que amen su cuerpo
Pero les prohibimos el placer constantemente
Les enseñamos que el respeto es reprimir su sexualidad
Y que dejarse tocar es peligroso
Les respetamos poco sus gustos,
Escuchamos mínimamente sus sensaciones y las nuestras
Limitamos su movimiento,
Restringimos su libre expresión.

Amadas hijas,
Les puedo decir que amen sus cuerpos,
pero quizá es mejor que empiece yo por amar el mío.
Aceptarlo tal y como es. No solo en palabras.

Estoy empezando a hacerlo. 

Veo la cicatriz que las trajo al mundo, las estrías que les dieron espacio para crecer, la grasa que me ha protegido de situaciones que no podía elaborar.

Agradezco una pelvis cerrada y unas tetas doloridas que me abrieron a tanta consciencia y contacto conmigo.

Siento la piel que tanto placer me ha dado, y que me da tanta información del mundo. Cuanto amor nos hemos transmitido tocándonos.

Renuevo mis sentidos, con tantos niños que me invitan a hacerlo en mi sagrado consultorio, pidiéndome a gritos que los acompañe a revivir los propios.
Y también con ustedes: olorosas, pegajosas, suaves, risueñas y sonoras.

Dejo de pelear con la comida, la recibo y disfruto. La siento y me doy cuenta lo que necesito y quiero. Despierto el gusto. Siento mi digestión.

Bailo, siento el disfrute de danzar más con cuerpo que con pensamientos.
Me muevo, siento mis pies, mis piernas, recuerdo todos los pasos que han dado los lugares a los que me han llevado.

Me permito el gozo,  camino descalza, me suelto el pelo,
Siento el dolor que sabiamente me muestra el camino.

Ya no quiero seguir escondiéndome, avergonzándome, tapándome. Escogiendo el lugar estratégico en las fotos, usando colores que mimetizan, haciendo sacrificios inútiles y castigándome.
Sé que tomará un tiempo.

Amadas hijas,
Hoy también quiero decirles que yo amo profundamente su cuerpo

Eloísa,
Amo tu cuerpo imponente que no puede pasar desapercibido. Un cuerpo que contiene toda tu belleza e inmensidad.
Amo tu pelo dorado que brilla como tu con la luz del sol
Y tus ojos profundos que muestran tu sabiduría y tu alma
Amo tu baile y tu canto libres y auténticos. Imposibles de ser amaestrados.
Y la manera como vas adueñándote de tus movimientos para vencer el miedo y llegar a donde tu quieres.
Amo tu perseverancia por defender tus gustos y comer todo aquello que tu energía consume a un ritmo incomprensible.
Amo tu vitalidad y tus expresiones que sin palabras cuentan todo.
Tu piel sensible que a pesar de mi desesperación exige telas suaves y que te den libertad.
Amo tus sentidos despiertos que nos se pierden de nada y se alían con tu curiosidad inmensa por conocer el mundo.

Matilde,
Amo tu caminar firme que deja huella por donde pasas.
Tu habilidad para escalar, saltar y moverte para alcanzar lo que tu quieres.
Amo tus percepción aguda, que no permite un plato sucio, o un ruido fuerte y tu lengua con su punta-antena que decide lo que entra a tu boca.
Amo tu cuerpo giratorio, que ama dar vueltas sin parar
Y esos pies que se asoman de los escondites.
Amo tu risa y tu dulce voz que trasmiten todo lo que eres
Y la manera en como buscas contacto y repartes besos y abrazos para dar amor constantemente
Amo tu carita de facciones finas y tus ojos profundos e imponentes que muestran tu grandeza y dulzura.
Y tu pelo dorado y suave que brilla como tu
Amo tu piel sensible, termómetro de tu interior que sabiamente nos ha guiado para darte lo  que necesitas.

Amadas hijas,
Puedo decirles que amen su cuerpo,
Pero más que eso quiero
Aceptar el mío, el suyo, el de papá,
Dejar de juzgar el de otras personas.

Centrarnos en sentir, honrar, cuidar, escuchar, habitar, celebrar, gozar nuestros cuerpos.

Amarlos profundamente

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Recordar lo que somos

Por Ana María Constaín
.... Eloísa y Matilde, esto es para ustedes, también... 




Queridos niños y niñas, 

Por alguna razón son parte de mi camino,
Aunque a veces, muchas veces  me resista,

En parte porque me siento profundamente impotente al verlos vulnerables, expuestos a un mundo que a veces parece desmoronarse.
Al cuidado de humanos que no tenemos ni la menor idea de lo que hacemos, personas de amor frágil y alma olvidada. Incapaces tantas veces de ser terreno fértil para ustedes.

Llegan a mi,  
de la mano de padres o madres desesperanzados, muchos obligados; o referidos por maestros desesperados y confundidos;  recomendados por médicos y otros expertos;
porque las cosas no andan bien,  supuestamente,
y yo tengo las respuestas, dicen mis títulos.

También por eso amados niños y niñas, he querido renunciar a ustedes. Porque yo no tengo respuestas, y ¡tantas veces me siento tan confundida!. Me siento terriblemente cargada con la idea de tener que ser la solución.

Ustedes aparecen con sus agresiones y furias,  lágrimas y fracasos
Su autenticidad descarada, su honestidad prohibida.
Se asoman pisoteando expectativas, rompiendo reglas
Callando o quizá hablando de más. Van muy rápido, o muy lento.
No atienden lo suficiente, se mueven más de la cuenta
Son torbellinos en supuestas calmas. Estatuas en campos de batalla
Escapan al drama. O prenden fuego en escenas congeladas.


Por tanto tiempo me he sentido agotada ante la idea de tener que arreglarlos y entender qué es lo que les pasa  para poder encontrar aquella anhelada solución.
La cura a tantos déficits, síndromes y trastornos.

Leo, estudio, pregunto, investigo. El mundo me parece a veces tan insoportable. Tan ilógico. Sin sentido.
Entro en una lucha contra el sufrimiento. Una batalla contra el absurdo de la vida que tantas personas atraviesan día a día. Se me parte el corazón, incontables veces, con las historias que tocan mi puerta.
Niños inocentes y frágiles en manos de seres humanos con tan poca consciencia, o con tanto dolor o tantas heridas. Sentimientos enterrados que vulcanizan en seres tan pequeños que aún tienen tanta ilusión de vivir.

Queridos niños y niñas, tantas veces he querido huir de ese destino. Cerrarles mis puertas porque me parece que con mis hijas ya tengo y me basta. No tengo energía suficiente para sostenerlos. Amenazan mi ego constantemente. Me llevan al filo del precipicio huyendo del miedo, el fracaso y la equivocación. Me lanzan piedras en mi peldaño del reconocimiento.

Al parecer no es decisión mía. A pesar de mi, seguimos encontrándonos. Ustedes insisten.
He aprendido poco apoco a abandonar esa lucha y estar presente. He recordado que no tengo que sanarlos, ni salvarlos, ni arreglarlos, ni cambiarlos.  Me parece estar comprendiendo que no son víctimas de un mundo horrible en decadencia. Ni han tenido tan mala suerte de nacer en el lugar equivocado sin haberlo pedido.

Ustedes niños y niñas, son lo que son. Son seres divinos, humanos, con tanto que enseñar y aportar. Como todos nosotros los adultos, solo que ustedes aún no lo han olvidado del todo.

Quieren recordarnos que cada uno tiene algo inmenso que dar al mundo. Nos quieren mostrar el Amor que somos y que hemos tapado con tantas cosas, quieren recordarnos el camino a nuestra esencia.
Todo eso que los adultos minimizamos y creemos que no es importante.
Estamos perdidos.

Así que ustedes niños no vienen a mi para que yo encuentre soluciones, o arregle problemas. Vienen a mi para que los vea y escuche. Los sienta. Los acepte y ame.
Para que sea un puente con sus papas, mamás y otros adultos y les traduzca eso que ustedes no dicen con conversaciones.

Ustedes vienen a hablar en el lenguaje del juego, del arte, el baile y la música. El lenguaje del amor. Pero nosotros adultos no hablamos ese idioma. Entonces no entendemos nada.

Me parece que por alguna razón sé ese idioma. Lo estoy recordando. Puedo a veces, cuando callo mi mente adulta y de psicóloga,  entender su mensaje y transmitirlo. Puedo oír a mi propia niña interior y atenderla.

No es que sean nuestro futuro, ni sabios maestros enviados para salvarnos.

Son lo que somos nosotros, en un estado aún más puro. Con una fuerza que muchos hemos perdido, con una consciencia en potencia que ahora estamos dispuestos a recibir y un amor aún limpio y grande.

Necesitan de nosotros tanto como nosotros necesitamos de ustedes.

Quizá en algunos casos sepamos más que ustedes y podamos enseñarles del mundo. Guiarlos y protegerlos.
Quizá.
Ustedes necesitan de nuestro amor, presencia y aceptación.
Pero paradójicamente son ustedes quienes nos abren también la posibilidad de amar, estar presentes y aceptar.
Son quienes nos permiten ver el mundo con otros ojos. Desaprender lo que no es vigente y aprender nuevas cosas.

Sus conductas indeseables, los estados que nos impacientan e irritan, sus enfermedades y patologías, sus emociones desbordadas, su desobediencia y terquedad, 
Nos incomodan, nos obligan a movernos, a cuestionarnos, a mirar más a fondo.
Si somos valientes y aceptamos la invitación, 
nos lleva también a mirarnos adentro, para encontrar en nosotros eso que tanto rechazamos de ustedes.
Desarrollar todas esas potencialidades y sanar todas esas heridas que nos muestran como espejo.
Ver y oír gracias a ustedes, queridos niños y niñas,
todo aquello a lo que nos hemos vuelto ciegos y sordos y  sentir nuevamente eso que remueven a las buenas o a las malas. 

Así que amados niños y niñas,
Aquí estoy.
Caminando este sendero con ustedes,
Estando en mi, conectando conmigo, con mi ser,
Para también poder estar y conectar con ustedes, con su ser.

Ser su mensajera, su puente, su traductora, su acompañante, su aprendiz, su sostén, su guía.

Recordar eso que soy, eso que somos.


Ser eso que al parecer vine a ser, a pesar de mis resistencias, miedos y dudas.

Gracias. 

martes, 29 de septiembre de 2015

El lado oscuro de la paz

Por Ana María Constaín




Desde que trabajo como psicóloga con mucha frecuencia mi consultorio se convierte en un campo de batalla. Los dardos, las espadas, las pistolas de agua, los bates de espuma y los animales salvajes toman un gran protagonismo
Es un espacio de terapia, por lo que evito censurar los temas tabú.
Muchas veces, con miedo y duda, permito que se expresen los lados más oscuros.
Así que poco a poco los niños y los adultos, van permitiéndose abrir la caja de pandora. Todo aquello innombrable y prohibido empieza a habitar el espacio.
Hay guerra, muerte, odio, rencor, celos, envidia, deseos oscuros y malvados.

Lo curioso es que muchas de las personas que llegan son personas que le apuestan a la paz. Adultos que han optado por estilos de vida pacíficos, o padres y madres amorosos que día a día eligen una crianza respetuosa y amable. 

Esto ha tambaleado mis esquemas.

Porque es quizá más fácil de explicar la violencia en contextos de carencia, agresión, y maltrato. Poner en el desamparo y esterilidad emocional la razón de conductas conflictivas.

Esperaría yo que el resultado de un ambiente nutricio y respetuoso fueran personas pacíficas, que puedan dar al mundo lo más puro de su esencia.

No siempre es el caso. Mi mente racional busca respuestas. En parte, porque me es insoportable no dar una explicación certera y clara, a las personas que acuden en busca de mi saber para resolver una situación que se vuelve exhaustiva.

Últimamente me he quedado en el vacío de la no respuesta. Estando presente con esa actitud observadora y curiosa que tanto me ha costado desarrollar.

Hilando fino, en un trabajo de hormiga que requiere paciencia y constancia. 

¿Qué nos quiere decir esta agresión? ¿Qué mensaje nos trae? ¿Que necesidad se esconde tras estas emociones?

Yo misma lo he vivido en carne propia, con este monstro que la maternidad despertó. Me he encontrado con mi propia violencia. Con la rabia enterrada, los gritos ahogados, los dientes apretados y constantes dolores de cabeza que han sido parte de mi historia.

Un personaje que nunca aparecía en público, empezó a asomarse con frecuencia. El que encarna todos los conflictos evitados, los límites sobrepasados, la fuerza adormecida que teme tanto hacer daño.
Ha salido, y por falta de práctica y espacio, sale muy torpemente.  Me convierto en esa persona gritona, impaciente, irritable, y a veces agresiva. Digo cosas indeseables. Lastimo. Especialmente a las personas que más quiero.

¿De donde viene todo esto?
Yo, que tanto trabajo personal he hecho, que tanto sé supuestamente de crianza, que recito de memoria los mejores métodos, que creo en la paz y el amor.

No quiero apresurarme a sacar conclusiones.

Intuyo que justamente todo mi trabajo personal me ha permitido ver mi lado oculto. La parte oscura que tanto cuesta reconocer. Empezar a contactarla y reconocerla, darle espacio, nombre, validarla y aceptarla.

Dando lugar a mi rabia he encontrado fuerza. He puesto límites y practicado el no. He tenido un combustible para vencer miedos, sacar proyectos adelante, sacar mi voz al mundo con más coraje. Me he atrevido. Estoy aprendiendo de la firmeza, la claridad y la asertividad. Porque mi fuerza no solo destruye, sino que me da un lugar.
Y también rompe: paradigmas, creencias caducas, manipulaciones e injusticias.

Esto me hace pensar, si quizá la búsqueda de la paz, ha dejado muchas cosas en la sombra que no pueden simplemente ser enterradas.
Si tal vez,  hay unos que otros que manifiestan todo lo que los demás no queremos reconocer. Se convierten en espejos para mostrarnos lo que pretendemos ocultar, y entre más los excluyamos, desterremos, castiguemos y señalemos, más nos devuelven todo aquello que ponemos afuera, pero que en realidad es también nuestro.

Me pregunto si perdonar al enemigo, signifique reconocerlo en cada uno y perdonarnos a nosotros mismos. No en un sentido poético o simbólico. Realmente mirarnos y darnos cuenta que ese enemigo duerme adentro de nosotros y que entre más nos demoremos en despertarlo más se manifestará afuera.

Me pregunto si todos esos niños y niñas, adolescentes y adultos que traen su oscuridad, me están mostrando algo.

Nuestro cometido de paz no puede ser crear espacios idílicos excluyendo a todo el que traiga cosas indeseables. Poniendo una frontera rígida para alejar al que no comulgue con nuestros ideales.  Confundiendo límites y acuerdos de cuidado, con destierro, castigo y señalamiento.

Tal vez no podamos acabar con la violencia solamente hablando de paz y armonía. Eliminando las armas, racionalizando acuerdos o comprendiendo mentalmente el bien. 
Probablemente necesitemos mirarla a los ojos, reconocerla y comprender para qué está ahí.

Empezando por nuestra propia violencia que se disfraza de tantas maneras: de ironía, crueldad, silencio, desprecio, juicio, manipulación, exclusión, acusación, competencia desleal, intolerancia.

Aceptar nuestra rabia y oír su voz, para saber qué es lo que nos está pidiendo.


De lo contrario me temo, no estamos más que mandando nuestra basura al mar, para darnos cuenta tarde o temprano que todo se nos regresa.

martes, 15 de septiembre de 2015

Mamá, ¿me lo compras?

Por Ana María Constaín



Hay días en los que entro a mi casa y me siento ahogada. Atacada por un exceso de objetos que parecieran perseguirme. Es un caos. Por supuesto esto tienen que ver en gran parte con mi desorden. Un desorden que suele reflejar mi estado mental, en el que ocurren un millón de cosas a la vez. Quizá también influye el hecho de que tenga dos niñas chiquitas, que saben mucho más de sacar que de guardar.

Pero sobretodo, tienen que ver con que tenemos mucho más de lo que usamos.

Aún así, casi todos los días, llega el:  Mamá, ¿Me lo compras?
No importa si vamos al parque, a la tienda, a la casa de alguien más o nos quedamos en la nuestra. Ni tampoco si ya hay tres versiones distintas de eso que quieren.

Viene el no.
-¿Por qué?
-Ya tenemos uno.
-No es mio
-Te lo presto
-Lo quiero para mi
-No lo necesitas
-Pero yo lo quiero. De este no tengo. Este es mas grande, mas rico, más bonito, mejor. Es el que tienen mi amiga. Nunca lo he probado.

Quizá insista en el no. Pero tarde o temprano el objeto deseado llegará por uno u otro lugar.
Es la vida que a mis hijas les tocó. Una vida de abundancia.

Creo que también de excesos.

Intento no ponerme en un lugar de juicio. ¡Es que estos niños de ahora que no valoran nada!. ¡Nada es suficiente!
Agradezco que tengan tanto.

Sin embargo esta sensación de ahogo permanece. Porque más allá de las creencias morales acerca del valor de las cosas, percibo mucha angustia, en ellas y en mi.

Me cuesta no caer en el discurso anti-consumista, en el que también me pongo en un lugar de desprecio, rechazo y a veces escasez.

Así que permanezco en esta sensación, que es mucho más real que cualquier ideal o postura filosófica y me doy cuenta de que este ahogo y angustia no es solo por el exceso de objetos.

Es un exceso de información, estímulos, deseos, metas, personas, noticias, ideas. Un exceso de todo.

Una oferta excesiva, imposible de digerir.

Las necesidades vienen de afuera. Por todos lados llega información de lo que no tengo. Los libros que no he leído, los cursos que no he hecho, las personas que aún no conozco, los países a los que no he viajado, la nueva colección de ropa que no tengo, los maravillosos productos que no he probado, los métodos de sanación que no he intentado.

El, "mamá ¿me lo compras?", es una voz interna mía que me dice ¡Lo quiero comprar! ¡Yo lo necesito!

El mundo dicta mis necesidades, y son muchas. Hay gigantescos equipos de personas dedicados a convencerme de eso. A seducirme. A crearme necesidades que no sabía que tenía.
Hacen bien su trabajo, sin duda.

Quizá este ahogo, se ha exacerbado desde que soy yo quién tiene que vender.
Así es el juego.
Convence, seduce, manipula, usa las palabras adecuadas, bombardea, presiona, engaña, destácate de los demás.
Si no, pierdes.
Y no tendrás como comprar todo eso que otros lograron convencerte de que necesitas.

Es un sin sentido, 
del que no quiero salir radicalmente. 

No quiero trabajar excesivamente y perderme de la vida. Ser esclava del consumo. 

Tampoco quiero privarme de cosas maravillosas que el mundo tiene por ofrecer.

Sé que tengo una empresa, una familia y unas hijas con quienes intentar nuevas maneras. Probando. Danzando entre los extremos.


Por ahora tengo claro que quiero deshacerme de unos cuantos objetos
Decir que no a mis hijas varias veces al día
Salir más a la naturaleza
Preguntarme honestamente si necesito algo antes de comprarlo
Darnos gustos disfrutándolos con presencia
Aprender sobre marketing responsable
Compartir lo que tenemos
Limitar mi tiempo en el computador
Bailar más,
Hacer cosas que nos gustan y divierten
Sentirnos, atendernos y amarnos para no llenar vacíos inútilmente

Seguir en mi camino de conciencia


Y así no tener que comprar un falso bienestar.