jueves, 31 de marzo de 2016

Lo difícil no es tanto criar....

Lo difícil no es tanto criar a nuestros hijos. 
Lo difícil es encontrarnos con la persona que somos como mamá o papá. 
 Enfrentarnos con nuestras altas expectativas, nuestro nivel de exigencia y necesidad de controlarlo todo. 
Vernos en nuestra incapacidad para estar en el presente, inundados de miedo y culpa. 
Lo difícil es sentir una cantidad de emociones que estaban adormecidas surgir, y no tener ni idea que hacer con ellas. 
 Complicado, despejarnos de tantas creencias arraigadas y pensamientos que no nos permiten estar con el niño que tenemos enfrente.
Criar es bastante más simple.
Lo difícil es abrir espacio al amor, la aceptación, la presencia y el cuidado.

lunes, 28 de marzo de 2016

Hiperactivos...



Muchas veces llegan a consulta niños hiperactivos, que no suelen permanecer en ninguna actividad. Para sorpresa de todos durante la sesión pueden estar toda la hora haciendo lo mismo, de hecho piden quedarse más tiempo.

Cuando los niños se vinculan con lo que hacen porque surge de su necesidad e interés, se conectan y no abandonan. Algunos dirán, "claro pero es que les dejas hacer lo que quieran".

Me parece que justamente ese es el tema. Los niños hoy en día tienen muy poco tiempo para hacer lo que quieren.

Esto es una lástima. Si algo podemos aprender de los niños es la alegría de vivir y su gran capacidad de saber lo que les gusta y lo que necesitan. Pero hacemos justo lo contrario.

viernes, 18 de marzo de 2016

Terapitis

Por Ana María Constaín




A consulta llegan muchos niños, o más bien sus padres a quienes cito primero, con montones de problemas y dificultades. A veces remitidos por el colegio o jardín que ya desde muy (muy) temprana edad detectan estos motivos de consulta.

Oras veces son los padres y madres los que vienen por iniciativa propia, llenos de angustia por no saber que hacer ante situaciones que se anuncian tormentosas. Con pánico, diría, porque son tantas voces externas, y por supuesto también internas, que señalan que la cosa no va por buen camino.
“Si esto es así ahora,,, ¡imagínate cuando crezca!”

Con amor los recibo, y me recibo en mi misma angustia de tener que solucionar todo esto que traen.  Satisfacer las expectativas de todos los adultos que rodeamos a los niños.  Incluidas las mías, que me hago cómplice del terrorífico juego. Menos mal a  veces logro salirme por ratos,

Estamos obsesionados con la perfección.

Todo lo demás es patología.

Estamos inundados con imágenes de un mundo ideal, felicidad perpetua, bienestar absoluto, sueños cumplidos, belleza de revista.

Nuestras expectativas son irreales. Los  niños y niñas que rondan por nuestra mente son idealizaciones absurdas. Ya ni siquiera deseables.

Nos asusta una pataleta, nos impacienta un llanto, nos ofende una mala cara, entramos en terror por un silencio y evitamos a toda costa la palabra aburrimiento.

Queremos niños de peso perfecto, dientes derechos, pies alineados. Hábiles en todas las áreas.
Trepadores, lectores, artistas, cantantes, amigueros, generosos, respetuosos, obedientes.
Eso si con criterio propio.
Que piensen por si mismos y que acaten las normas.

Niños sonrientes que vayan al colegio extasiados de alegría, y que allí compartan con emoción, resuelvan sus conflictos por la paz, eso si… que no se la dejen montar.

Que coman de todo, duerman sus 8 horas derecho, se vistan solos y guarden sus juguetes. Dejen el pañal en un día y hablen articuladamente antes de los 2.

Niños positivos, perseverantes, que lleguen muy lejos. Que vayan por el camino correcto (y que se cuestionen.) Con valores, ni idea cuales, pero con valores.

Que ordenen su cuarto, sean amables cuando les ponemos limites, sean honestos aunque venga un castigo cuando dicen la verdad. Que reconozcan sus errores, reparen y pidan perdón. Por iniciativa propia.

Que se queden sentados, y que digan con palabras adecuadas lo que les molesta. Sin hacer uso de la violencia y la agresión.

Niños que hagan duelos express. Que no sientan dolor por las separaciones, mudanzas y muertes.

Por eso, todos los niños, antes de sus 10 años, han desfilado por cuanto especialista existe.
 Hay que corregir lo que viene chueco y cuánto antes mejor.

No vaya a ser que crezca con un problema irreparable y sea mi culpa por no atenderlo
a tiempo.

Bien dice el dicho: Es mejor prevenir que lamentar.

Lo que pasa es que con tanta prevención y corrección no hay espacio para la vida.

Somos zombies robots, como astutamente me enseñó uno de esos niños “anormales” .

No quiero herir susceptibilidades. Por supuesto que muchas veces las terapias sirven. Aunque creo que a los que más nos sirven es a los terapeutas.

Los que necesitamos terapia definitivamente somos los adultos. Para dejar a los niños en paz y poderlos acompañar a ser lo que son.

Dejarnos en paz y disfrutar un poco más la vida y la crianza.

Aceptarlos.  Aceptarnos. Aceptar la existencia con sus oleajes intensos.
Despertar y sacudirnos para permitirnos descubrir todo lo que hay debajo de tanta tontería.


domingo, 6 de marzo de 2016

La grandeza de no hacer nada

Gracias a Espacio Dzogchen Colombia y a Keith Dowman.


Sentada sobre aquel cojín de meditación que había abandonado por completo, me encontré de nuevo habitando el silencio.  
Ahí, frente a los ojos azules profundos y brillantes de Keith Dowman, que con su intensa voz rompía de vez en vez ese silencio suavemente, llenando el espacio con palabras que hacían resonancia con lo que siempre he sabido y que olvido con tanta frecuencia simplemente por ser humana.

Ya estamos todos iluminados, - decía él con una certeza imponente.  No hay un camino que andar, una meta que cumplir. Todo es perfecto tal y como es.

No hay que hacer nada.

Nada.

Ni siquiera un esfuerzo por entender sus palabras, meditar correctamente o ser esa iluminación que ya somos

Sentada, luchando con la rigidez de mi espalda y la invasión de mis pensamientos, me sentí tan aliviada como angustiada.

Porque si, suena bien esto de no hacer nada. En un mundo de las carreras, los logros, los compromisos y la excelencia. Solo oírlo me generó un descanso indescriptible. Poder parar. Dejar de planear. Poner pausa a esta incansable búsqueda de soluciones para arreglar todo lo que no es como debería.

Pero,

¿Como se hace nada? ¿cómo se acepta todo lo que hay?

Ahí entró la angustia. Esa que justamente evito haciendo muchas cosas. Ese vacío insoportable del que huyo a toda costa, siguiendo espejismos de felicidad que se desvanecen cuando me acerco lo suficiente. Pero al menos en ese hacer compulsivo puedo seguir la interminable búsqueda que me evita tener que estar en la Nada.

Permanecí. En esos minutos eternos en el que el silencio que tanto deseo en mi vida diaria se volvió un infierno.  Fantasee con el receso, con la siguiente comida, con la siguiente oportunidad de salir de ese encierro. El encierro en mi misma.

Permaneciendo en ese instante eterno del aquí y ahora, dejando estar lo que estaba, respirando, atajando los pensamientos justo en su nacimiento, sintiendo su electricidad. Encontrándome con el oleaje de las emociones, atravesando el dolor. Solamente dando espacio.
Haciendo nada
Viendo mi dificultad de no hacer nada. Constantemente en la búsqueda de una mejor experiencia y en el juicio de lo que aparece.

Siendo y no siendo la iluminación

Al final, entre danzas y tambores, me impregné de ese saber, que a veces solo se queda en palabras. Me supe el todo y respiré el placer y gozo de la vida, liberando años de autoexigencia por seguir el camino correcto. Décadas de virtuosidad y esfuerzo, siglos de renuncia y represión.

Integrando todo en el mándala de la existencia y eligiendo la disciplina de permanecer en el centro, ese aquí y ahora del todo y la Nada, o al menos saber que es una posibilidad cuando me alejo.

Esta semana vino la elaboración mental de todo esto por supuesto. ¡El hábito tiene fuerza!
La integración de la experiencia a este mi día a día.  A estas 24 horas de aquí y ahora, inmersa en la inercia del olvido.

No hay que hacer nada.

Qué grande es esto en mi relación y trabajo con los niños. 
Qué liberador para mis hijas cuando puedo estar en este lugar.
Qué sanador para los niños que llegan a mi consulta.

Estar en el perfecto aquí y ahora. Aceptando todo lo que son y lo que hay. Dejando de hacer para dar espacio al ser.

No hablo de las acciones cotidianas por supuesto. En donde hay tanto que hacemos porque al final estamos aquí para experimentar el mundo y sus formas.

Me refiero a esas tantas veces que queremos corregirlos, cambiarlos, mejorarlos, enseñarles, para que sean tal o cual y que lleguen lejos. Que sean buenas personas.
Que sean felices y nunca sufran.

Tantas veces que no damos espacio a la rabia, la tristeza, el dolor, el error, la conducta inadecuada,  la enfermedad, al niño malo.

No vemos al niño, vemos su versión futura distorsionada por nuestros miedos y fantasías catastróficas. ¿Qué va a ser de el si esto sigue así?, Esto ahora es manejable, Pero, ¿cuándo crezca?; por este camino no va a entrar a un buen colegio, ni lo aceptarán en la universidad, ¿de qué va a vivir?; ¿Y si no se casa?; ¿Y si se vuelve adicto, promiscuo?; ¿Y si tiene una enfermedad mental grave?; ¿Y si es el bully de la clase?; ¿o se suicida?

No vemos al niño, nos quedamos presos en la culpa de lo que hicimos o no hicimos para que todo esté así de mal.

Proyectamos en ellos todo lo que no vemos de nosotros. Los usamos de excusa para no hacer frente a nuestra propia existencia. Lo hago por su bien; es que así yo lo amo, pero los demás no van a hacerlo, tienen que cambiar; tiene que adaptarse, así es el mundo;

Queremos que sean felices. Buenas personas. Que se ajusten a nuestras expectativas muchas veces disfrazadas de buenas intenciones.

Pero no vemos al niño presente. Vemos si acaso sus conductas. La expresión de sus emociones desbordadas. Sus síntomas físicos. Todos manifestaciones de su Ser. De ese centro iluminado, perfecto, que no tiene que ir a ningún lado.

Ese Ser que tiene que

Hacer nada

Nosotros tampoco. Esa es la magia.

Estar. Permanecer con todo lo que viene.
Una rabieta no es más que una rabieta. No es el aviso de una sociopatía, ni es el producto de una mala crianza. Es una rabieta. Qué así como nace se extingue.
Una enfermedad, es una enfermedad.
Un niño inquieto es un niño inquieto
El miedo, es solo miedo
La palabras groseras no son más que palabras groseras

Todo está hecho de lo mismo,
El abrazo, la patada, las lágrimas, los gritos, la risa, la paz, la envidia, el deseo, el cariño.

Todas manifestaciones que pasan rápido si no les ponemos resistencia. Si soltamos el apego.  Con la certeza que eso que somos en el centro es eterno. Es nuestro refugio. Siempre disponible. Lo demás solo pasa.

Esto es difícil en el día a día. Con las exigencias del entorno y las propias.  Nuestros ruidos mentales, nuestras emociones desbordadas. Se necesita disciplina, que no es lo mismo que esfuerzo.
Es una elección minuto a minuto por estar en el aquí y ahora.

No hacer nada es no intentar cambiar, mejorar, alcanzar, terminar, modificar. Es observar eso que el niño trae completamente y aceptarlo en su totalidad. Desde ahí surge la acción natural, no premeditada.

Se hace manifiesto nuestro estado natural.

Poner en palabras todo esto ya es de alguna manera atraparlo, modificarlo, interpretarlo.

Es en la experiencia en donde puede comprenderse realmente.

Sin embargo pasarlo por las palabras de alguna manera me permite compartirlo.  Hacerlo menos abstracto. (o al menos intentarlo!)

En la práctica todo esto es un ejercicio de presencia, del que tantos, tantísimos hablan. Claro porque todo es lo mismo

Para mi, para ponerlo en términos más prácticos, es recibir a cada niño que llega y estar, en plena presencia, dejando que venga lo que venga. Observándome a mi y observándolos a ellos. Igual con mis hijas.
Aceptando lo que hay. Aún si es juicio y necesidad de control. Aún si sale mi peor faceta. O si me veo en la necesidad de hacer cosas inteligentes y muy profesionales.

Veo mis pensamientos, siento mis emociones, respiro. Vuelvo una y otra vez al momento presente.
Estoy con lo que estoy.

Y así mismo dejo que ellos lo estén.

Y así, todo va pasando… y hay algo que está detrás de todos esos telones, que se escapa de la cárcel de las palabras.

Cuando hay un encuentro desde ese lugar, puedo experimentar la perfección, la iluminación, la naturaleza de la mente, el amor sublime, la fuente… No importa el término.

Una vez, que en el encuentro con los niños, experimentamos esto, lo demás deja de ser importante, y por instantes todo es claro y certero.

Luego viene de nuevo todo lo otro. Ya no importa.


El refugio, el centro son eternos y están siempre disponibles.