viernes, 23 de marzo de 2012

Los bebés no hablan.


Por Ana María Constaín

Los bebés no hablan. Al menos no con palabras. Y tardan más de dos años en poder empezar a expresar con algo de claridad lo que necesitan y lo que les pasa. De hecho esta capacidad muchas veces no la tenemos los adultos. Porque una cosa es hablar y otra muy distinta poder poner en palabras lo que hay en nuestro mundo interno. En mi trabajo lo tengo bastante claro. Lo que dicen los niños, lo que cuentan los adultos, es lo menos importante. Las palabras no alcanzan.

Los bebés no hablan. Muchas veces los adultos enloquecemos. ¿qué es lo que le pasa? Si tan solo pudiera decírmelo. Pero los padres de adolescentes bien saben que la capacidad de habla poco sirve si se trata de entender.
Me parece que las palabras (o la ausencia de ellas) no son el fondo de este asunto.

El mundo de lo no verbal es inmenso. Nos expresamos todo el tiempo. De muchas maneras. Incluso al callar.  Entonces es verdad: Los bebés no hablan, pero esto no significa que no comuniquen nada. Lo que pasa es que para poder entenderlos necesitamos otra escucha. Una escucha que además nos incluye a nosotros mismos.
Y no estoy hablando de enseñar a nuestros bebés a hablar con señales o algún otro tipo de lenguaje pictográfico. Métodos qué se están propagando con amplitud. Por esta, nuestra necesidad  de entender o hasta me atrevería a decir, por nuestra angustia de no saber como apagar este llanto capaz de penetrar hasta los más recónditos lugares de nuestro ser.

Lo que pasa es que este llanto inconsolable es solo el principio. Vienen las pataletas irracionales, los golpes contra la pared, los mordiscos, las mordidas de uñas, las mojadas de la cama, las malas notas, la resistencia a comer, la hiperactividad, la pasividad… la lista es larga… Si tan solo dijera que es lo que tiene…



La capacidad de hablar al final no tiene nada que ver. Al menos no para los temas de fondo.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                
Se supone que estamos dotados de un instinto, similar al de los animales, que nos permite conectarnos con nuestros bebés, atenderlos y saber que es lo que les pasa.
Recuerdo la primera vez que Eloísa lloró inconsolablemente. Una frase me martillaba la cabeza: “Las mamás siempre saben lo que le pasa a sus bebés”. Así que como no tenía ni idea, me sentía la peor mamá del mundo y no solo eso, creía que estaba totalmente desconectada de mi instinto.
Este “debería entender todo lo que le pasa” solo me alejaba más de poder calmarla.
Y como Eloísa es mi gran maestra, este darme cuenta me ayudó a darme cuenta de un montón de cosas más.

Es verdad que como humanos estamos dotados de amor e instinto. En principio suficientes para criar a nuestros hijos. Sin embargo como humanos tenemos un una gran cantidad de otras cosas. Al tener conciencia de nosotros mismos y una mente racional tan desarrollada, este asunto del amor y del instinto se complejiza un montón. He pasado muchas veces por una batalla contra mi razón, queriendo nada menos que exterminarla. Otras veces me puedo poner un poco más en paz con ella.
Lo cierto es que los humanos somos bastante complejos y también lo es nuestra relación con nuestros hijos.
¿y entonces?

Sí, es verdad que los bebés no hablan. Y aunque hablaran, sospecho que daría lo mismo. Tal vez que no hablen tiene un propósito. Tal vez tengamos ese tiempo para empezar a aprender nuevas maneras. Para vincularnos con ellos, y descubrir en nosotros capacidades que teníamos dormidas y bloqueadas.

Los bebés y los niños nos dicen un montón de cosas. Y no solo sobre lo que les pasa a ellos. Son maestros en mostrarnos lo que nos pasa y lo que le pasa a la familia. Muchas veces sus gritos son nuestros gritos ahogados, sus enfermedades nuestros bloqueos, sus conductas inadecuadas, su única manera de mostrarnos el camino.
(Ya profundizaré sobre esto en otro artículo)

Yo no dejo de sorprenderme.

Eloísa llora, grita, pega, tiene pataletas, se enferma, se ríe y se emociona. Señala, mira. Me jala, me estira los brazos, me empuja, me abraza. Eloísa dice un montón de cosas. No siempre puedo entenderlas, sobretodo porque no siempre puedo verla con todo lo que soy y todo lo que es ella. Hay muchas interferencias. Externas, internas.  A veces si sé lo que quiere pero no puedo o no quiero dárselo. Sé que insistirá.  Hasta exasperarme. Otras veces yo quiero algo de ella y no acepto su no. También insistirá a su manera. Es su naturaleza.

Para comunicarnos con los niños no creo que haya un método. Es más una cuestión de presencia. De excavar en el mundo interno  propio. La mirada puesta adentro y afuera. De poner atención. De “mirar” con todos nuestros sentidos. Escuchar con oídos, instinto corazón.  Y de pedir ojos y oídos prestados cuando los nuestros están nublados, tapados y bloqueados por nuestra propia humanidad. 

2 comentarios:

  1. :D, Me encanta, mi experiencia de estos días es que aún con palabras saliendo de la boca de Amaranta, es como si fuera mi propia voz. Si yo pudiera gritar lo que ella grita! y vomitar lo que ella vomita!!!
    Y trabajando con los bebés... me he dado cuenta de tantas cosas que nos dicen antes de romper en llantos y nosotros por ausencias aprendidas no sabemos mirar-escuchar!
    Todas las criaturas humanas tenemos sentido e intensión de comunicación desde que pasamos por el canal de nacimiento. Por eso es tan importante el contacto y la presencia! y el ser capaz de nombrarse a uno mismo en primera persona...

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  2. Es muy cierto. Necesitamos aprender a escucharlos, a sentirlos y a conocerlos. Es, a veces, muy difícil pero importante y necesario. Me encantó conocerlas!!

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