martes, 17 de julio de 2018

Amadas Hijas, yo también voy a morir









Amadas Hijas,

Quiero decirles que algún día yo también voy a morir.


¿Cuándo? -Me han preguntado.

Eso no lo sé.


Puede ser un día lejano, cuando mi cuerpo esté ya cansado, y en la vejez inminente se agachen mis ojos y mi corazón se apague lentamente mientras duermo en una noche estrellada.

O tal vez sin dar muchos avisos, la muerte llegue un día cualquiera.


Porque amadas hijas,


Así es la muerte. En un instante cualquiera estamos vivos, en el siguiente no lo estamos.


Y aunque usualmente las personas llegamos a viejas, ustedes bien saben que eso no siempre es así.


Así que no pretendo mentirles, ni mentirme a mi misma. No voy a protegerlas de una verdad innegable, que aparece en sus sueños y se asoma de vez en cuando en nuestra vida: todos vamos a morir y eso puede ser en cualquier momento.

Se los digo, así sin tapujos, porque ustedes lo intuyen. En algún lugar de su corazón bien saben que el alma viaja en un suspiro, cuando el momento ha llegado.


¿A dónde? -Me preguntan

No lo sé con certeza.
Viaja al cosmos, dejando el cuerpo, quién quieto y frío vuelve a ser uno con la tierra.


¿Por qué mamá?  -Indagan sus cabecitas.

Porque vivir es morir.

Porque este es un viaje que tiene un principio y un fin. Así es y así será para todos los seres vivos que estamos en este planeta. Es parte del trato. Son las reglas de juego, y tonto es aquel que trate de desafiarlas.


¡No queremos que mueras nunca!

Así es. Decir adiós duele. 
No solo al morir amadas hijas. 
Duele despedirse de un amigo que no volvemos a ver. De una casa que dejamos atrás, del jardín de niños que nos vio crecer. De un novio con quién peleamos, o de los tíos que se van a otro país. Incluso de aquel juguete favorito que no volvimos a encontrar. 


Nada, nada dura para siempre. Ni las burbujas de jabón, ni los globos del parque, ni el helado de chocolate que se derrite en el calor.

Todo acaba amadas hijas,

Los zapatos preferidos se les quedan pequeños, la plastilina se seca, la película del cine llega a su fin.
Llega el momento en que sus dedos no encuentran más papitas en el fondo del paquete, o que papá y mamá las recogemos justo en el momento mas divertido de la fiesta.

El sol nos avisa del fin de la noche, y marca la hora de salir del calor de las cobijas.
Los lápices pierden su punta, su disfraz no cabe más por su cabeza. Al cuento se le acaban las páginas, la vela se derrite y se apaga.
Llega el momento de desarmar el lego que con tanto esfuerzo han armado, de botar sus manualidades que se apilan en la casa y nos quitan el espacio.

Las frutas se ennegrecen, las flores se marchitan y aparecen insectos aplastados bajo la suela de los zapatos. 
Las vacaciones terminan, y también el año escolar. Amigos nuevos vienen y otros van.


Nada es permanente, ya lo decíamos un día.

Si mamá! El universo! - Me dijiste tu, Eloísa.


¡Así es! El universo, que acoge la vida y la muerte, en una danza infinita. 
Una bella sinfonía en la que nosotros vamos cambiando de forma.


Duele, si. Duele decir adiós.

Quisiéramos que eso que tanto amamos dure para siempre.

¿Pero saben? Quizá si durara para siempre, no tendría tanta gracia.


¿Porque no se dan cuenta de que justo cuando nos damos cuenta de que puede terminar, más lo disfrutamos?


Quizá de de eso se trata,


Ya lo sabemos


Soy su mamá y ustedes mis hijas, solo por un rato.


Se me llenan los ojos de lágrimas y se me apachurra el corazón de pensar en un día que no podamos abrazarnos. Olernos y acariciarnos. Reírnos juntas y arruncharnos en la cama. Pelear, desesperarnos, enfurecernos y regañarnos.


Yo no quisiera que mueran mientras yo vivo.
No quisiera morir pronto y que en su vida yo falte.


Aunque a veces la vida se ponga difícil y me vea a mi misma quejándome tanto. Agotada, cuestionando tantas cosas. Peleando con el día a día de esfuerzos. Detestando la enfermedad. Renegando de la humanidad. Intentando darle sentido a tanto dolor. Oyendo tantas historias de infelicidad. Viendo el sufrimiento al que nos sometemos.

Entonces, la muerte hace su presencia. Se asoma sonriendo recordándonos una vez más que nada es permanente.


Amadas hijas, voy a morir. Eso seguro.

Ustedes también. Y papá. Y los abuelos, tíos y primos. Y los amigos y los vecinos. Y las mascotas y las plantas.
Vamos a morir y no sabemos cuando.

No quiero que lo escondamos, sino más bien que lo tengamos bien presente.
Porque solo así amadas hijas, podremos vivir intensamente.
Sabiendo el secreto más grande de todos.
Que solo existe el aquí y ahora.

Así que no guardemos la vida para mas tarde. Gastémonos esta existencia.
Sepamos que nada es tan importante como explotar de amor a cada instante.
Colorear el mundo con nuestros colores, bailar todos los ritmos, recorrer todas las emociones y celebrar sin reparo este cuerpo maravilloso que nos sostiene: con todos sus ruidos y olores; fluidos y colores; curvas y recovecos.

Toquémonos bellas niñas, que esta piel es solo de este mundo. Respiremos juntas el elixir mágico que nos rodea. Sintamos el latir de un corazón que ama sin limites. No esperemos a estar listos, ni pretendamos que sea perfecto.

Perfecto nada, perfecto todo.
Ensayemos, atrevámonos, juguemos e inventemos. Equivoquémonos juntos. Abracemos los fracasos.
Hagamos el ridículo, arriesguémonos al exilio, sepamos que unos cuantos nos verán con extrañeza.

Que la muerte está en la esquina. No para asustarnos, ni asecharnos.

La muerte, tan sagrada como la vida, nos despierta de la ilusión. Nos mantiene atentos. Nos regala maravillosos secretos. Nos reanima del letargo en el que entramos cuando nos creemos inmortales. Nos sacude cuando nos dejamos para después, convencidos de que somos dueños del tiempo y de que lo controlamos todo.


Vamos a morir. Eso es seguro.


Asi que amadas hijas… Amemos sin fin.
¡Vivamos!

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