Las niñas, quizá más que los niños, llegan irremediablemente a esa edad de las dietas, la báscula, el endocrino. El momento en que el espejo deja de ser el aliado de muecas y espumas, manchado al final del baño con crema dental. Pasa a ser un testigo de las inseguridades, la imperfección y reflejo de la diferencia castigada por la sociedad.
Las niñas, pareciera que no pueden pasar a ser mujeres, con su cuerpo femenino, de curvas y grasa necesaria. Frenamos su desarrollo y castigamos su auténtica forma demasiado pronto para mi gusto, llenándolas de mandatos aprendidos y escondiendo en esa excusa válida de la salud, nuestro terror a la gordura.
No solo a la gordura. También por ahí, a la sexualidad, al placer, al contacto y a la desnudez. A la espontaneidad de niñas que empiezan su camino a la juventud que tanto nos asusta, porque nos recuerda todo aquello que quedó atrapado en aquellos años en los que dejamos la niñez atrás y ser mujer se volvió amenazante y peligroso. Una tentación, un conflicto, un portal de deseos prohibidos, una presa fácil, y tantas otras cosas que se alojaron en nuestra alma.
Las lanzamos al mundo de los vientres planos y musculosos, ausencia de grasa, menstruaciones estorbosas, rutinas esclavizantes y prendas correctas. Les enseñamos de alimentos prohibidos adentrándolas al universo de la restricción, el control, y el hábito de enterrar lo que sobra.
Muy pronto ellas, se saben incorrectas, distorsionan el verdadero significado de Belleza, y aprenden a odiarse a sí mismas por no poder cumplir los absurdos estándares.
Creen que han fallado, que hay algo malo en ellas y se engañan con imágenes falsas que insistimos en mostrarles.
Quizá porque también es nuestra falla como madres, que ellas no lleguen a sus 9, 13, 15, 18 como tendrían que haber llegado si hubiéramos hecho bien la tarea.
Creen que han fallado, que hay algo malo en ellas y se engañan con imágenes falsas que insistimos en mostrarles.
Quizá porque también es nuestra falla como madres, que ellas no lleguen a sus 9, 13, 15, 18 como tendrían que haber llegado si hubiéramos hecho bien la tarea.
Nos observan en nuestras propias luchas. Nos sienten en nuestro auto-desprecio, nos perciben en nuestros comentarios acerca de su apariencia que delatan nuestro miedo e inconformidad.
Ojalá veamos esto a tiempo, y les podamos decir cada día lo bellas que son. Las dejemos en paz crecer y descubrirse, sin intervenir en su desarrollo para controlar lo incontrolable.
Ojalá dejemos de torturarlas y maltratarlas, y podamos hacernos cargo de nuestro propio cuerpo, nuestros dolores, el desamor, y la perpetua insatisfacción.
Ojalá recuperemos nuestra mujer sexual y completa, disfrutemos de la vida y gocemos nuestra piel, para dejar de arreglar en ellas nuestros rotos.
Ojalá nos reconciliemos con nuestra menstruación, y les podamos enseñar a ellas el milagro que ocurre mes a mes.
Ojalá dejemos de torturarlas y maltratarlas, y podamos hacernos cargo de nuestro propio cuerpo, nuestros dolores, el desamor, y la perpetua insatisfacción.
Ojalá recuperemos nuestra mujer sexual y completa, disfrutemos de la vida y gocemos nuestra piel, para dejar de arreglar en ellas nuestros rotos.
Ojalá nos reconciliemos con nuestra menstruación, y les podamos enseñar a ellas el milagro que ocurre mes a mes.
Ojalá.
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