martes, 18 de junio de 2019

Separación

Muchas parejas vienen a consulta buscando acompañamiento durante o después de la separación.
Me conmueve ver sus esfuerzos por no perjudicar tanto a los niños. La premisa es que ya separarse es un daño irreparable, porque sin duda lo mejor para los hijos es tener una familia unida y que papá y mamá estén juntos. ¿como podemos entonces minimizar el trauma?, ¿qué hacer y qué no hacer?
En mi práctica, la del trabajo y la de la vida, me ha permitido poner en duda cualquier premisa con respecto al trauma, y con respecto a lo que es mejor para los hijos.
Para mi, cada día es más claro, que el amor se abre camino, y que nuestras ideas de relación, pareja, familia, paternidad y maternidad, bien y mal, se desvanecen en la presencia de un corazón disponible y abierto que no admite formas fijas e ideas rígidas.
Quizá lo más traumático es la idea de que el amor se acabó. La familia duele ante un panorama en el que el amor es finito y el conflicto su asesino.
Pero el amor no se acaba.
Terminan formas de relacionarse que son neuróticas y que son justamente las que impiden que el amor se manifieste fluidamente.
Llegan a su fin batallas en las que todas las partes se ven obligadas a defenderse, usando toda clase de armas y cubriéndose de espesas capas que van ahogando a todos e imposibilitando al gozo de la vida hacer presencia.
La separación es una separación física y una distancia emocional. a veces muy necesaria. En esa distancia, esos patrones automáticos pierden fuerza y las reacciones emocionales destructivas pueden tener una tregua. Entra un aire nuevo, en el que cesa la necesidad de defenderse permanentemente y es posible nuevamente abrirse y sentirse vulnerable, ambos requisitos fundamentales en la crianza.
Si acaso, eso necesitan los niños: adultos capaces de sostenerse a sí mismos, maduros emocionalmente y sobretodo plenos en su existencia.
No hay una fórmula exitosa para separarse correctamente. Esto es más de nuestra enfermedad que busca hacerlo todo perfecto.
La separación duele, no solo de nuestra pareja. Cualquier separación. Y el dolor es parte de la vida.
Sin embargo, si permitimos que ese dolor nos muestre lo vivos que estamos, si aceptamos el permanente cambio que es la existencia, si recordamos que el amor no se lo lleva nadie que se va, sino que amor somos irremediablemente, y si dejamos morir formas caducas, abriendo espacio a eso que somos más allá de nuestras ideas de lo que debería ser,
lo más probable es que nuestros hijos e hijas puedan recibir el amor de su mamá y su papá plenamente, sin importar las diversas formas de relación que vayan emergiendo en el camino.
Incluso si viven en diferentes países, si hay nuevos miembros de familia, si cada uno tiene formas radicalmente diferentes de vivir, o si comenten errores que parecieran no tener reversa.
Amarnos siempre es una posibilidad, y gran parte del trauma y de la herida de abandono, tiene que ver más con los relatos que nos contamos y repetimos sin cansancio.
La familia no se rompe, el amor no se acaba, un padre y una madre no abandonan su hogar.
Más bien la vida danza, somos movimiento y entre menos nos resistamos, más vamos a abrirnos a la fuerza del amor que es contundente cuando al fin nos permitimos darle espacio. Ese amor admite limites, conflicto y distancia. Abraza el dolor, libera la rabia, acoge la tristeza sin apego.
Tal vez, como más perjudicamos a nuestros hijos e hijas, es siendo lo que no somos, y cargándoles a ellos el yugo de nuestro sacrificio.

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