jueves, 25 de agosto de 2016

Semilla...



Un bebé se gesta y es una semilla.

Una semilla que ya es.

Poco a poco va desplegando su naturaleza. Tal y como lo hace una planta.

Es lo que es. No puede ser lo que no es.

Tan solo necesita un ambiente que supla las necesidades, de esa, su naturaleza.

Si como adultos comprendemos esto, podemos entonces contemplar a los niños y pacientemente permitirles ser eso que son.

No es igual una rosa, que un roble, una flor de loto, un cactus, una palmera, un manzano...
Cada una tiene sus necesidades tan particulares, crecen en ambientes diferentes, tienen ciclos propios.
No necesitan la misma cantidad de agua, ni de sombra, crecen en diferentes climas, necesitan más o menos cuidado, son más o menos resistentes.
Y no pretendemos que una rosa nos de manzanas, ni plantar un roble en una matera.

Si pudieramos tan solo contemplar a los niños, atendiendo sus particularidades. Procurando el ambiente que cada uno necesita, sin esperar algo diferente.
Asombrándonos por eso que va desplegándose, liberándolos de las expectativas de ser lo que no son.

Tantas veces nos relacionamos con los niños desde el desconocimiento de su naturaleza.
Como si renegaramos de que una planta pide más agua que la otra. O que una es más alta, o da mas sombra. O como si nos quejaramos de que no nos da los frutos que queremos, o que sus flores son del color equivocado.

Quizá la analogía está trillada. Pero si tan solo pudieramos ser más jardineros a la hora de criar y educar a los niños, muchos de las dificultades se evaporarían por el solo aceptar la semilla que cada niño es.

Cuando estés frente a un niño o niña. frente a tu hijo o hija, pregúntate... ¿Cuál es su naturaleza? ¿De qué es su semilla?

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