domingo, 6 de marzo de 2016

La grandeza de no hacer nada

Gracias a Espacio Dzogchen Colombia y a Keith Dowman.


Sentada sobre aquel cojín de meditación que había abandonado por completo, me encontré de nuevo habitando el silencio.  
Ahí, frente a los ojos azules profundos y brillantes de Keith Dowman, que con su intensa voz rompía de vez en vez ese silencio suavemente, llenando el espacio con palabras que hacían resonancia con lo que siempre he sabido y que olvido con tanta frecuencia simplemente por ser humana.

Ya estamos todos iluminados, - decía él con una certeza imponente.  No hay un camino que andar, una meta que cumplir. Todo es perfecto tal y como es.

No hay que hacer nada.

Nada.

Ni siquiera un esfuerzo por entender sus palabras, meditar correctamente o ser esa iluminación que ya somos

Sentada, luchando con la rigidez de mi espalda y la invasión de mis pensamientos, me sentí tan aliviada como angustiada.

Porque si, suena bien esto de no hacer nada. En un mundo de las carreras, los logros, los compromisos y la excelencia. Solo oírlo me generó un descanso indescriptible. Poder parar. Dejar de planear. Poner pausa a esta incansable búsqueda de soluciones para arreglar todo lo que no es como debería.

Pero,

¿Como se hace nada? ¿cómo se acepta todo lo que hay?

Ahí entró la angustia. Esa que justamente evito haciendo muchas cosas. Ese vacío insoportable del que huyo a toda costa, siguiendo espejismos de felicidad que se desvanecen cuando me acerco lo suficiente. Pero al menos en ese hacer compulsivo puedo seguir la interminable búsqueda que me evita tener que estar en la Nada.

Permanecí. En esos minutos eternos en el que el silencio que tanto deseo en mi vida diaria se volvió un infierno.  Fantasee con el receso, con la siguiente comida, con la siguiente oportunidad de salir de ese encierro. El encierro en mi misma.

Permaneciendo en ese instante eterno del aquí y ahora, dejando estar lo que estaba, respirando, atajando los pensamientos justo en su nacimiento, sintiendo su electricidad. Encontrándome con el oleaje de las emociones, atravesando el dolor. Solamente dando espacio.
Haciendo nada
Viendo mi dificultad de no hacer nada. Constantemente en la búsqueda de una mejor experiencia y en el juicio de lo que aparece.

Siendo y no siendo la iluminación

Al final, entre danzas y tambores, me impregné de ese saber, que a veces solo se queda en palabras. Me supe el todo y respiré el placer y gozo de la vida, liberando años de autoexigencia por seguir el camino correcto. Décadas de virtuosidad y esfuerzo, siglos de renuncia y represión.

Integrando todo en el mándala de la existencia y eligiendo la disciplina de permanecer en el centro, ese aquí y ahora del todo y la Nada, o al menos saber que es una posibilidad cuando me alejo.

Esta semana vino la elaboración mental de todo esto por supuesto. ¡El hábito tiene fuerza!
La integración de la experiencia a este mi día a día.  A estas 24 horas de aquí y ahora, inmersa en la inercia del olvido.

No hay que hacer nada.

Qué grande es esto en mi relación y trabajo con los niños. 
Qué liberador para mis hijas cuando puedo estar en este lugar.
Qué sanador para los niños que llegan a mi consulta.

Estar en el perfecto aquí y ahora. Aceptando todo lo que son y lo que hay. Dejando de hacer para dar espacio al ser.

No hablo de las acciones cotidianas por supuesto. En donde hay tanto que hacemos porque al final estamos aquí para experimentar el mundo y sus formas.

Me refiero a esas tantas veces que queremos corregirlos, cambiarlos, mejorarlos, enseñarles, para que sean tal o cual y que lleguen lejos. Que sean buenas personas.
Que sean felices y nunca sufran.

Tantas veces que no damos espacio a la rabia, la tristeza, el dolor, el error, la conducta inadecuada,  la enfermedad, al niño malo.

No vemos al niño, vemos su versión futura distorsionada por nuestros miedos y fantasías catastróficas. ¿Qué va a ser de el si esto sigue así?, Esto ahora es manejable, Pero, ¿cuándo crezca?; por este camino no va a entrar a un buen colegio, ni lo aceptarán en la universidad, ¿de qué va a vivir?; ¿Y si no se casa?; ¿Y si se vuelve adicto, promiscuo?; ¿Y si tiene una enfermedad mental grave?; ¿Y si es el bully de la clase?; ¿o se suicida?

No vemos al niño, nos quedamos presos en la culpa de lo que hicimos o no hicimos para que todo esté así de mal.

Proyectamos en ellos todo lo que no vemos de nosotros. Los usamos de excusa para no hacer frente a nuestra propia existencia. Lo hago por su bien; es que así yo lo amo, pero los demás no van a hacerlo, tienen que cambiar; tiene que adaptarse, así es el mundo;

Queremos que sean felices. Buenas personas. Que se ajusten a nuestras expectativas muchas veces disfrazadas de buenas intenciones.

Pero no vemos al niño presente. Vemos si acaso sus conductas. La expresión de sus emociones desbordadas. Sus síntomas físicos. Todos manifestaciones de su Ser. De ese centro iluminado, perfecto, que no tiene que ir a ningún lado.

Ese Ser que tiene que

Hacer nada

Nosotros tampoco. Esa es la magia.

Estar. Permanecer con todo lo que viene.
Una rabieta no es más que una rabieta. No es el aviso de una sociopatía, ni es el producto de una mala crianza. Es una rabieta. Qué así como nace se extingue.
Una enfermedad, es una enfermedad.
Un niño inquieto es un niño inquieto
El miedo, es solo miedo
La palabras groseras no son más que palabras groseras

Todo está hecho de lo mismo,
El abrazo, la patada, las lágrimas, los gritos, la risa, la paz, la envidia, el deseo, el cariño.

Todas manifestaciones que pasan rápido si no les ponemos resistencia. Si soltamos el apego.  Con la certeza que eso que somos en el centro es eterno. Es nuestro refugio. Siempre disponible. Lo demás solo pasa.

Esto es difícil en el día a día. Con las exigencias del entorno y las propias.  Nuestros ruidos mentales, nuestras emociones desbordadas. Se necesita disciplina, que no es lo mismo que esfuerzo.
Es una elección minuto a minuto por estar en el aquí y ahora.

No hacer nada es no intentar cambiar, mejorar, alcanzar, terminar, modificar. Es observar eso que el niño trae completamente y aceptarlo en su totalidad. Desde ahí surge la acción natural, no premeditada.

Se hace manifiesto nuestro estado natural.

Poner en palabras todo esto ya es de alguna manera atraparlo, modificarlo, interpretarlo.

Es en la experiencia en donde puede comprenderse realmente.

Sin embargo pasarlo por las palabras de alguna manera me permite compartirlo.  Hacerlo menos abstracto. (o al menos intentarlo!)

En la práctica todo esto es un ejercicio de presencia, del que tantos, tantísimos hablan. Claro porque todo es lo mismo

Para mi, para ponerlo en términos más prácticos, es recibir a cada niño que llega y estar, en plena presencia, dejando que venga lo que venga. Observándome a mi y observándolos a ellos. Igual con mis hijas.
Aceptando lo que hay. Aún si es juicio y necesidad de control. Aún si sale mi peor faceta. O si me veo en la necesidad de hacer cosas inteligentes y muy profesionales.

Veo mis pensamientos, siento mis emociones, respiro. Vuelvo una y otra vez al momento presente.
Estoy con lo que estoy.

Y así mismo dejo que ellos lo estén.

Y así, todo va pasando… y hay algo que está detrás de todos esos telones, que se escapa de la cárcel de las palabras.

Cuando hay un encuentro desde ese lugar, puedo experimentar la perfección, la iluminación, la naturaleza de la mente, el amor sublime, la fuente… No importa el término.

Una vez, que en el encuentro con los niños, experimentamos esto, lo demás deja de ser importante, y por instantes todo es claro y certero.

Luego viene de nuevo todo lo otro. Ya no importa.


El refugio, el centro son eternos y están siempre disponibles.


2 comentarios:

  1. Muchas gracias por ponerlo en palabras...

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  2. Muchas gracias. Qué importante, recordarnos que del silencio, surge la posibilidad del Ser.

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