lunes, 4 de noviembre de 2013

La madre humana

Por Ana María Constaín



Acompañándome a mi, acompañando a otros, me he dado cuenta que tarde o temprano todos llegamos a una herida profunda.
Un abandono primario.
Una carencia infantil, de aquel bebé que nunca obtuvo todo lo que necesitó.
Porque nadie a su alrededor tenía suficiente para darle.
Ninguno ha tenido esos brazos siempre dispuestos. Esa teta nutricia. Ese flujo de amor incondicional.

Esa Madre.

Idealmente sostenida, conectada, fusionada con nosotros. Capaz de volcarse a su mundo interno para entregarse a nosotros llena de éxtasis, placer y amor.
Esa Madre que tiene a su lado un Padre, que trae el perfecto equilibrio.
Que sirve de polo a tierra para la naciente diada.

Tal vez nuestra humanidad no corresponde a este escenario. Tal vez justamente esta es la famosa “expulsión del paraíso”.
Y el “trauma de nacimiento” es esa separación. Ese corte de cordón que nos desune del todo del que veníamos.

Estamos la vida entera queriendo volver al paraíso. Buscando en la Madre ese Amor que tanto conocemos.
Pero nuestra madre no es la Madre. No en su totalidad. Porque ella es tan humana como nosotros.

Ahora que soy mamá y que he querido con todas mis fuerzas ser esta Madre para mis hijas, me doy cuenta de este dolor intenso que todos compartimos.

Este dolor humano.

De vez en vez puedo contactarlo sin escapar y estar allí. Permaneciendo.
Dándome cuenta de todo lo que hago para evitarlo.
Puedo ver que detrás de ese dolor está un gran vacío que intento llenar a punta de mundo.
Me reconozco en esta niña eterna que exige y demanda mirada, reconocimiento, atención plena.
Buscando al final ese Amor que nostálgicamente recuerdo.

Me sé igual que todos. En este desesperado intento por sentirnos plenos. Llenos. Satisfechos. Tantas palabras que ni alcanzan a describir esa sensación que constantemente perseguimos.
Nos ocupamos. Nos distraemos. Comemos alivios. Consumimos cariño. De muchas maneras. Pataleamos. Nos indignamos y ofendemos. Peleamos. Gritamos y exigimos. Nos escondemos. Nos portamos muy bien. Seducimos. Asustamos. Nos enfermamos. Manipulamos.
Nos volvemos víctimas. O villanos.

De vez en vez, a la luz de la conciencia,
Me doy cuenta.
Puedo atravesar este terrible dolor y acceder al insoportable vacío para quedarme un rato.
Puedo llenarme de esta terrorífica soledad que nadie, nadie puede quitarme.
Y me siento ahogada. Perdida. Enfurecida. Cansada.
Me quiero rendir.
Siento morir.

Solo entonces puedo sentir que ese Amor tan anhelado está en mi. Debajo de todo lo demás. Y por instantes siento el retorno a mi paraíso.

En estos momentos puedo liberar a los demás de la carga de hacerme feliz.
De la culpa de hacerme quién soy.
De la exigencia de darme lo que necesito.
De la responsabilidad de mejorar mi vida.

Me puedo liberar incluso yo misma.

En estos momentos veo a mis hijas. Y me libero de ser esa Madre, que no puedo ser.
Porque sé que ese dolor también les pertenece. Y que ese Amor está en ellas.

Por instantes comprendo que mi razón de ser en su vida es poder contactar ese Amor en mi para permitirles a ellas contactar con el propio.

Ayudarnos a recordar el camino.

Sabernos seres humanos, aceptándonos en esa naturaleza. Con sus blancos y negros, sus luces y sombras.

Pudiendo acompañarnos en ese dolor. Acompañarnos en la soledad. Acompañarnos en el vacío.

Siendo reflejo unos de otros para aprender de este mundo.

A veces sé que no puedo ser más que quién soy. Que es inútil pretender ser algo diferente. Exigirme darles a ellas aquello que yo tanto necesito.  Culparme por no hacerlo.

Porque a veces creo que esa Madre que anhelamos y que pretendemos ser, no es la madre humana. Es la representación del Amor que somos. Del Amor del que venimos.

Yo, mamá de Eloísa, mamá de Matilde, no puedo ser esa Madre. Evitarles el dolor de estar en este mundo. Protegerlas de la soledad de esa separación.
Me parece que solo puedo enseñarles un poco del mundo y sus formas. Acompañarlas en toda la marea que implica ser persona.

Y juntos, recordarnos ese Amor que tenemos adentro, 
que parece contagioso  
que no puede darse para llenar a otros sino que se puede despertar para que otros lo recuerden y lo despierten.

Tantas, tantísimas veces me siento perdida, llena de preguntas sin respuestas, confundida.
Viendo tanto sufrimiento. Intentando buscar soluciones para un mundo difícil y denso.
Queriendo desesperadamente escapar. Darles a mis hijas algo diferente.

Y a veces, como hoy, puedo aceptar. Y me parece comprender que el camino es sobretodo hacia adentro.

Lo demás se va dando.
Las respuestas van apareciendo.
Las transformación va sucediendo.

Para mis hijas,
Mi responsabilidad por mi vida, su liberación
Mi presencia, su contención
Mi consciencia, mi legado,
Mi amor, su alimento.

El camino, es suyo.

Y también su humanidad.

Con todo lo que eso significa.




3 comentarios:

  1. Poner en palabras aquello que eres , aquello que te sucede es un don . Gracias, me siento acompañada en tu relato.

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  2. Gracias. Me encantó tu nota. Profundo y cierto

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  3. Hola, hace meses que vuelvo a este texto periódicamente, me ha tocado tanto y me hace tanto bien...Quiero agradecerte de un modo muy profundo el haberlo compartido...ha sacudido los cimientos de mi persona. Es lo más significativo que he leido sobre crianza, atraviesa la crianza y me atraviesa a mí. Revelador, liberador....gracias!!!

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