jueves, 18 de julio de 2013

Pide y se te dará

Por Ana María Constaín

Eloísa, como cualquier niño de 3 años, pide un montón. Todo el tiempo. Mamá quiero jugo, mamá quiero esa Barbie, Mamá quiero un dulce, Mamá álzame. Mamá quiero el vaso verde, no el azul. Mamá quiero un cuento. Mamá quiero pintar, pero con pinturas.

Todo el día. Sin descanso.

Tantas veces pierdo la paciencia. Tantas veces el diálogo termina diciéndole “deja de ser tan caprichosa!”. “Es que no paras de pedir!”. Claramente se vuelve una pelea de niños. Porque para mi, en estas situaciones es imposible mantenerme centrada y adulta. “Todo tienen que ser a tu manera!!”

Y estos días me di cuenta de algo. Es justamente ese el problema. Que las cosas no son nunca a mi manera. Bueno, nunca es por supuesto una exageración. Pero me cuesta tanto, tantísimo pedir, que no puedo sino enfurecer con las personas que si lo hacen.
- ¡Qué exigentes!, ¡Demandantes!, ¡Caprichosas!, ¡Desconsideradas!, ¡Conchudas!, ¡Egocéntricas!

Estoy acostumbrada a adaptarme, a comprender las necesidades de otros, a cuidarlos en extremo para que estén bien.

¿Pedir?. Que mal gusto! Que los demás me den lo que puedan y quieran.

Por supuesto habita en mi una frustración y descontento constantes. Porque mis necesidades ocultas, insatisfechas no se quedan ahí silenciosas. Se disfrazan de indignación, de rechazo y soledad. De victimismo.

-Es que nadie me ve. Nadie me tiene en cuenta. Lo mío nunca es lo importante. Nadie reconoce lo que hago.

Y ahí va, mi descarada hija de 3, ¡a pedir! ¡A pretender que le cumpla sus deseos! ¡Qué poca consideración. ¿Que no se da cuenta que no está sola en la casa? ¿Que aquí estoy yo con mis propios deseos que ninguna mente es capaz de adivinar y cumplirme mágicamente?

Esa mente en la mayoría de los casos debería ser Nicolás. El esposo devoto y empático que con su gran amor es capaz de satisfacer mis más ocultas necesidades sin que yo tenga que mencionarlo si quiera.

Pero el es un mal hombre. También de la familia de los pedigüeños. De los egocéntricos. Incapaz de ver más allá de sus narices. (pienso yo en mis momentos de locura).

Este ha sido un darme cuenta lento. Lentísimo. Porque pedir para mi tiene una enorme carga, y a la vez esta carga se alimenta de mi infantil deseo de que el mundo gire a mi alrededor. Sin esfuerzos. Sin tener que decirlo.

Que alguien esté a mi lado adivinando que me pasa y haciéndome sentir bien. Tal como Matilde. Que llora con fuerza todo lo que sea necesario, hasta obtener lo que quiere.  Sus gritos no negocian. No entienden de modales. Ella no ha aprendido a respetar. A adaptarse a los demás y a su entorno. Su furia no tiene fin. Nada le importa la angustia de otros. El sentimiento de rechazo de quienes intentan con sus brazos darle un poco de calma.

¡Qué hijas! Nada aprenden de su madre sobre el buen comportamiento.

Y  Nicolás. Inmune a manipulaciones. A expectativas neuróticas. A victimismos convincentes. A soledades infantiles.

¿Que clase de gente me rodea? ¿Que me obliga a desprenderme de mi cómodo personaje y aprender nuevas maneras?

Así, despacito, me he arriesgado.
Empiezo a pedir.
A veces tímidamente. A veces con un “tranquilo, solo si puedes”, “si te queda fácil”. Rodeando de explicaciones para minimizar la vergüenza. Para justificar porque estoy siendo de “esas personas”.

Para mi sorpresa constato día a día, que me empiezo a hacer visible. Que la gente me toma en serio. Me valora y se interesa por mi. Que nadie deja de quererme por decir lo que quiero.

¡Y que cuando pido, se me da!


 (y que cuando no, no es tan grave porque además siempre hay alguien más a quién pedirle)

2 comentarios:

  1. vaya pues ya somos dos! yo estoy descubriendo tambien eso de saber pedir y saber mostrarme como soy, no solo lo que puede estar al servicio de los demas...me ha encantado leerte, me he sentido muy identificada. Aprender con los hijos una nueva manera de estar aqui para mi es lo mas maravilloso. un beso. Virginia.

    ResponderEliminar
  2. Yo también aprendí a pedir, no hace mucho. En casa todos pedían, mi esposo venía de una familia en donde todos pedían. Yo aprendí, cuando me dí cuenta que no lo hacía, cuando el papel de víctima me cansó realmente. Y la verdad, Qué Bien Se Siente!!!

    ResponderEliminar